Una puesta de sol

Una puesta de sol

{mosimage}Imagina un muy avanzado atardecer. Y después la noche, la oscuridad, la más absoluta penumbra, la nada. Pero miento porque entre ambas existe siempre una maravillosa esperanza de luz brillante, eterna, reiterativa, a la que llamamos puesta de sol y por ella nos disputamos a diario su contemplación. Es roja, de un rojo amarillento muy brillante al que, sólo algunas veces, viene alguna nube para hacerle compañía y tratar en vano que no se lo trague el mar, en unos momentos de colega, en ese viaje poético de la desaparición del astro rey en el agua.

Siempre hay alguien, entonces, que aplaude acompañado de una suave melodía, casi seguro anticuada, que volverá a sonar en sólo veinticuatro horas y con toda seguridad en el mismo lugar y bajo la tradicional eco-silueta de la profunda sirena de cualquier barco desconocido. Sí, estoy contemplando el mar que lleva más de cuarenta años siendo mi compañero favorito del verano mientras estoy escribiendo estas líneas.

Hoy día de San Bartolomé patrón de este, mi querido pueblo, en el que ahora habito y en el que casi siempre me puedo permitir el lujo de tener la compañía que en principio me apetece tener. Pero tampoco piensen que la expresión “casi siempre” es puro cumplimiento, que ya es bastante, para complacer a cualquiera. Me apetece mucho haber utilizado la palabra “cumplimiento” que mi abuela, la maestra, siempre decía que era un vocablo compuesto de dos términos complementarios:”cumplo y miento”. Y así os lo explico sin ninguna mala intención, de verdad.

Ahora tengo a mi familia  más intima desperdigada por el mundo pero con la inefable esperanza de amontonarlos otra vez. Con la alegría de que así sea después de un tiempo bien agitado y amenazante como va siendo habitual; lleno de sorpresas, no  siempre agradables, tampoco siempre bonitas pero mías, nuestras, de todos los que se empeñen en desvirtuarme progresiva y radicalmente.  Y ya mismo quisiera creer ferozmente en  la existencia cruel de algo que no sabemos cómo llamar y que es fácil que califiquemos mal porque no sabemos etiquetar con  la característica más común, vulgar y que más nos apetecería que fuera así y que en este país llamamos envidia para satisfacción, sin duda, de nuestra maldita personalidad y orgullo. Y esta es la suerte y la ventaja de quienes a veces escribimos y damos libertad a nuestra expresión y  nuestros raros sentimientos. Como ahora, sí, como ahora, aunque yo hubiera preferido que no fuera así  porque jugar públicamente con la verdad puede ser muy peligroso y, a veces, otra auténtica y real mentira. Por más que cabe la posibilidad de que entre un avanzado atardecer y la noche no exista una maravillosa puesta de sol, señal inequívoca de que unas horas antes habríamos disfrutado seguramente con la esperanza de un nuevo y próximo amanecer.

O así me lo parece

J.C. ALONSO DUAT