Cine exótico (o no)
{mosimage}El exotismo en el cine es, como ahora en casi todo, una cuestión de moda. Y la pasarela vienen a ser los festivales que, por rachas más o menos largas, se decantan por la producción cinematográfica de un país o de otro. Hace años, cuando el cine “de arte y ensayo” era una ventana (de las pocas que había) al mundo, lo exótico venía de Polonia, de Yugoslavia o incluso de Grecia. De esa época siempre recordaré al acomodador del cine al que acudíamos de pequeños, que cuando le preguntaban por una de estas películas contestaba con un contundente y significativo: “debe ser cojonuda porque no he entendido nada”. Yo tampoco entendía, la verdad, pero me fascinaban aquellas cadencias, esos planos a veces tan agresivos, a veces tan contemplativos, siempre potentes; aquellos diálogos tan grandilocuentes y enigmáticos y, sobre todo, aquel halo tan mágico e inaprensible que desprendían y que te demostraban que allí había algo grande que te estabas perdiendo. Posteriormente, el exotismo nos ha llegado de China (las primeras películas de Zhang Yimou eran verdaderos regalos para los sentidos), de Japón, de Corea (incluidos los más recientes films de terror que tanto han influido en el género), de Tailandia (donde Apichatpong Weerasethakul y su “El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas” sería el ejemplo más claro de exotismo inaccesible, de uso exclusivo para mentes privilegiadas y verdadero hastío para el resto de los mortales)…, o de Irán. Para mí, el cine iraní era, hasta ahora, el cine de Kiarostami, de los Makhmalbaf y de Godhafi aunque este último habría que ponerlo en otro saco ya que su fabulosa “Las tortugas también vuelan” no encaja con los anteriores. No dudo yo de la grandeza de estos cineastas y de otro puñado de compatriotas que ya no recuerdo, pero a mí me parecen claro ejemplo (con perdón de Weerasethakul) de exotismo triunfante en mil y un festivales, elogiados por la crítica, enaltecidos como la mejor opción al decadente cine occidental; pero, en definitiva, un cine sencillo, a veces simple, incluso primitivo, diferente (eso sí), pero mayoritariamente aburrido y no en el sentido de no divertir, sino en el de no aportar nada, o poco, de interés.
Y en medio de esta reflexión me encuentro con “Nader y Simin, una separación”, de Asghar Farhadi, iraní y flamante ganadora de tres osos en Berlín. Pero nada que ver con el cine que comentaba, nada de lentas cadencias y contemplaciones inacabables, nada de situaciones simples que no sabes a donde conducen. Farhadi cuenta una historia universal que se agrava y complica porque ocurre en Irán, que podía haber ocurrido en cualquier parte pero que tiene elementos propios de su cultura que lo potencian y justifica. Un matrimonio en proceso de separación, una hija adolescente en medio del conflicto, un abuelo con alzheimer, una cuidadora embarazada y profundamente creyente; estas son las piezas que el director mueve con maestría, en una historia donde los conflictos no se resuelven por una simple conversación o un hecho concreto, donde las soluciones a veces vuelven a ser parte del problema y, sobre todo, donde las situaciones ya nunca pueden volver a ser lo que eran antes de los hechos. Farhadi ni juzga ni demoniza ni ensalza a sus criaturas, todos tienen sus razones y todos guardan sus mentiras, pero tampoco ofrece el bálsamo final que nos reconforte como espectadores y nos libre de la tragedia al salir de la sala(muy significativo es el plano final de los padres esperando en el juzgado o el papel que hace la hija adolescente a lo largo de todo el film); el autor tampoco lleva los conflictos a niveles de tragedia y todo (personajes, narración, planteamientos, resoluciones…), todo se mantiene a un nivel de cruda realidad, de incómoda incertidumbre y final incierto; nada que ver con lo que nos tiene acostumbrados el cine de consumo y tampoco con lo que nos ha llegado últimamente de aquellas latitudes.
“Nader y Simin…” es, eso sí, una radiografía efectiva y sugerente de la situación de Irán, especialmente en lo referente a la mujer, la religión y la justicia. Cine valiente, auténtico, comprometido, actual y rabiosamente necesario. Para el que esto firma, una maravilla.
Fernando Lorza