Deamor

Deamor

{mosimage}Levantarse al alba, todavía de madrugada, y acompañar un café con leche con una tostada llena de foie-gras. Intentar levantar la persiana del ventanal del salón y desistir porque no funciona desde hace días. Conversar con la radio a solas, de camino al trabajo. Planificar de memoria las obligaciones pendientes y pensar en cómo ejecutarlas con el menor desgaste posible. Borrarlo todo a continuación y buscar dejar la mente en blanco. Querer descansar y no poder. Querer desconectar y no saber cómo. Querer, querer y querer; y cuánto más quiere, menos sentido le ve a la existencia.

Hablar sin parar, sin ton ni son, con este y con la otra, pero sin profundizar nunca en una conversación. Huir a través de la ventana, evadirse en medio del bullicio para acabar cayendo de bruces contra el suelo. Soñar con Cabo Verde y añorar la visión de los gorilas africanos, en medio de la niebla. Pasar página una y otra vez. Rebobinar hacia delante y hacia atrás vídeos del pasado más reciente. Acumular más dolor. Odiar sin saber cómo se odia sin haber dejado de amar. Volver a desandar el camino de la mañana. Abrir y cerrar la misma puerta de siempre, con ese eco que te enseña los límites de la casa. Sentir el aliento del silencio que te envuelve. Cerrar los ojos sin pensar que mañana hay que abrirlos.

Y al día siguiente, volver a levantarse al alba, todavía de madrugada; para acompañar el café con leche de siempre, con la puñetera tostada llena del puñetero foie-gras de siempre. Ahora, que lo que se lleva es destinar energía para subrayar el gran drama colectivo que vivimos en la sociedad capitalista; me quedo con ese otro drama individual, cotidiano, que no se publicita ni se denuncia en las páginas de ningún diario. De la noche a la mañana alguien le abandonó para no volver nunca más. Él todavía sigue sin entender el porqué. Y a la vuelta de la esquina, su 50 cumpleaños.

benicoro@hotmail.com