La banalidad de nuestra enseñanza
{mosimage}Estoy tremendamente preocupado por las movilizaciones que acompañan este inicio de curso escolar. Éstas responden a los recortes en materia de educación pública que han sido propuestos en algunas comunidades autónomas.
Me pregunto cómo es posible que se intenten recortar servicios básicos sin más y no pensar en sus graves consecuencias a largo plazo. Creo, como muchos otros, que las bases del estado del bienestar son la educación, la sanidad y los servicios sociales. Con él se intenta reducir las desigualdades que nuestra sociedad capitalista generan por definición y así mantener una cohesión social aceptable. Ya lo decía Confucio: “Donde hay educación, no hay distinción de clases”.
En todo ello existen una serie de incongruencias tan elementales que a nadie se le escapan. Por un lado, se nos pone a la cola de Europa en cuanto a productividad, pero se intentan recortar sin muchos miramientos los medios educativos. Me pregunto cómo podremos ser una sociedad más competitiva cuando la escolaridad pública obligatoria pierde calidad, la media de idiomas extranjeros hablados por persona es casi nula, las especializaciones vinculadas al mundo productivo brillan por su ausencia y los investigadores se nos van por falta de medios. Estos recortes son pan para hoy y hambre para mañana.
Estoy seguro de que la educación tiene áreas de mejora tanto en la gestión como en la docencia, pero reducir el número de profesores no creo que sea la solución aunque sujetará los gastos a corto plazo. Esto crea malestar no solo entre docentes, sino también entre alumnos y padres, y debería crearlos entre las asociaciones de empresarios que a largo plazo tendrán peor capital humano. En realidad, la opción sería optimizarlos y gestionarlos mejor.
Además, siempre hay que tener una foto de futuro que tal y como soplan los vientos, posiblemente sea Estados Unidos. Allí, tanto la educación como la sanidad son privadas y responden a parámetros mercantilistas. La educación americana no tiene una vocación universal sino más bien comercial. Es decir, si no puedes pagar o no tienes acceso a crédito, no estudiarás. Posiblemente sea donde estos cambios nos lleven, pero no será ninguna panacea en cuanto a la igualdad de oportunidades que el Estado debería garantizar a su población.
Sin duda, el final es tan obvio como previsible, la privatización de la educación. Y como la necesidad no dejará de ser prioritaria, se generará un mercado muy suculento. Eso sí, aunque mejoren en calidad, la mayoría no podrá acceder.
Ciertamente, estamos a punto de provocar una involución al olvidarnos del inmenso poder de la Educación para transformar la sociedad, de los avances que la educación pública ha tenido en estos años y que la educación no puede ser vista como un gasto, sino una inversión.
El curso promete ser tan movido como improductivo para los alumnos, y la fiesta no ha hecho más que empezar…