Cine de época

Cine de época

En estos días en que el espíritu y el comercio navideño invaden calles, plazas y casa, el cine se apunta también al fenómeno y las salas se llenan de productos dirigidos teóricamente a toda la familia (con espíritu incluido casi siempre) y de espectadores que hacen su visita anual (y única) al séptimo arte en su versión sala grande. Incluso hubo una película de animación (“Monstruos S.A.” creo recordar) que en el trailer de promoción que se pasaba en las salas, uno de los protagonistas se dirigía a cámara e increpaba al espectador diciéndole que “no era esa la película que tocaba ver ese año, sino la de la sala de al lado, o sea, la del trailer” (ocurrente y significativo).

Este año, claro, no iba a ser menos y ya tenemos invadiendo las pantalla películas de gorros rojos, comedias familiares de fácil digestión, animaciones para todos los gustos y subproductos varios facturados para adolescentes y otras miradas poco exigentes y necesitadas de ruidos y fuegos fatuos. Afortunadamente, y como cada año, también queda espacio para films que aguantan (de una manera u otra) la etiqueta de “arte”.

Así, Cary Fukunaga nos ofrece una nueva versión de “Jane Eyre” que puede satisfacer tanto a los amantes del cine de época como a los que son algo recelosos con el género. Fukunaga logra una película elegante e intensa donde todo (personajes, ambiente, luces, diálogos, narración…) se conjuga para resolverse en un producto sólido, de esos que te enganchan y te dejan un excelente sabor de boca.

También anda por ahí Polanski con  “Un dios salvaje” en el que encierra a cuatro personajes en una casa (¿en venganza o reflejo de su propio encierro domiciliario?) y de los que logra sacar lo peor de cada uno. Polanski adapta con maestría el texto teatral de Yasmina Reza y hace cine puro sin salirse de los límites del teatro, consiguiendo que sus criaturas evolucionen y se hundan en sus miserias ante la mirada atónita (y divertida) del espectador. “Un dios salvaje” es de esas películas que hay que ver, obligatoriamente en versión original si se quiere saborear el excelente trabajo de sus actores (no se pierdan al magnífico Christoph Walz) y a la que ningún doblaje, por bueno que sea, puede hacerle justicia (y eso que no hay niños), avisados quedan.

Y, cómo no, “Un método peligroso”, que nos habla de Freud y de Jung y que lejos de las escabrosidades a las que Cronenberg nos tiene acostumbrados, se decanta por un clasicismo en toda regla, planteado como cine de época (el de toda la vida) donde prima la palabra y la puesta en escena cuidada y exquisita; las constantes del cine de Cronenberg  se quedan en los conceptos. Aquí también sobresale el trabajo de sus actores, así como la notable puesta en escena y el trabajo discreto y efectivo de un director con muchas tablas al servicio de su historia.

También hay, por supuesto, de ese cine necesario que compagina calidad y oferta mayoritaria; cine de consumo bien facturado, con historias y personajes interesantes y con suficientes valores cinematográficos  (entretenimiento incluido) como para merecer el paso por taquilla. El “Tintín” de Spielberg es sencillamente espectacular; el “Gato con botas” de la Dreamworks se disfruta por su excelente animación y por la voz de Antonio Banderas (verdadera alma del personaje); Robert Redford se apunta al cine de antes con “La conspiración”; Gus Van Sant vuelve a remover el mundo de los jóvenes fuera de norma en una edulcorada “Restless”; y Jaume Balagueró aguanta con su excelente “Mientras duermes”, un thriller inquietante sobre la maldad en estado puro.

En fin, un poquito de todo, para elegir con cuidado, especialmente si se es de los que van al cine una vez al año.

Felices y cinematográficas fiestas.