Teófila

Teófila

{mosimage}Me llamo Teófila. No me pregunten mis apellidos porque no los conozco. En casa sólo nos llamábamos por el nombre de pila, de hecho, creo que mis padres tampoco sabían los suyos. Nací en un pueblo pequeño y miserable del que no diré el nombre porque no sale en los mapas. Tenía unos diez años (no sé exactamente mi fecha de nacimiento) cuando mis padres me enviaron por primera vez a servir a la Capital después de haberles ayudado en la cosecha de maíz de la milpa. En la casa vivían los señores y sus dos hijos. El Señor era muy serio, pero la Señora era muy simpática y le gustaba hablar conmigo. Ella no quería que le llamara “Señora”, sino por su nombre, pero a mí me daba vergüenza y yo la llamaba “Amita”. Tampoco le parecía bien, pero acabó acostumbrándose. Un día le dije que quería hacer la Primera Comunión y mi Amita me dijo que no me preocupara, que al día siguiente iríamos a ver al Párroco del barrio. Fuimos a ver al Sr. Cura y me preguntó que si sabía el catecismo, le dije que no sabía leer. Después me miró a los pies y al ver que iba descalza frunció el ceño. Me hizo salir del despacho y se quedó hablando con mi Amita, mientras esperaba fuera escuché que los dos alzaban la voz y discutían. Mi Amita salió con cara de estar muy enfadada y volvimos a casa sin decir nada.

Al día siguiente me dijo que el Sr. Cura no me dejaría hacer la Primera Comunión si no llevaba zapatos y me aprendía parte del catecismo. Me eché a llorar desconsoladamente. ¿Cómo iba a aprenderlo si no sabía leer? El tema de los zapatos era también complicado porque yo siempre andaba descalza, en el pueblo sólo usábamos unas sandalias hechas con una suela de neumático y unas tiras de cuero, llamadas huaraches, cuando íbamos a trabajar al campo para no herirnos los pies.

Mi Amita me dijo que ya buscaríamos una solución. Todo esto lo hablábamos cuando no estaba el Señor, ya que a él no le gustaba que hubiera confianzas entre el servicio y la familia. Mi Amita empezó a enseñarme a leer en el catecismo, cuando me sabía la oración (por ejemplo, el Padrenuestro) de memoria eso me ayudaba mucho a reconocer las letras, pero las sílabas trabadas (dre, tro, etc.) me costaban mucho.

Dedicábamos una hora al día a las clases de lectura, mi Amita me ayudaba a acabar mis tareas para poder robar ese tiempo al trabajo. Una vez estuve a punto de ser despedida porque me distraje y quemé con la plancha un vestido de seda, pero mi Amita habló con el Señor y le convenció para que no lo hiciera.

Seguimos con las clases hasta que aprendí a leer algunas partes del catecismo con dificultad. Fui con mi Amita a ver al Sr. Cura y me hizo un pequeño examen,  ponía una cara muy extraña cuando me oía leer, me hizo salir del despacho otra vez y volví a escucharles discutir; pero esta vez mi Amita salió sonriente y me guiñó un ojo, me abrazó y me dijo “Vamos a comprar los zapatos”. No fue tarea fácil porque yo tenía los pies deformados de andar descalza, al final compramos unos de suela flexible y con muy poco tacón, eran de color negro. Cuando me los probé en casa, era incapaz de dar un solo paso. Mi Amita me cogió de una mano y empecé a caminar, parecía un pingüino, tuve que practicar bastante para no tropezarme cada dos por tres.

Llegó el día señalado, llevaba un vestido blanco con un lazo rosa y los malditos zapatos, claro. Cuando el Sr. Cura me dio la comunión un poco serio sentí una felicidad inmensa, al volver a mi sitio vi a mi Amita sentada en un banco y le guiñé un ojo disimuladamente.

Años más tarde, me quedé a trabajar en la Capital y acabé de aprender a leer y escribir en unas clases nocturnas, ahora puedo decirles que me llamo Teófila  Durango Paz y que nací el 23 de marzo de 1974. Nunca me olvidaré de mi Amita.