Lo mejor de Eva
{mosimage}No soy partidario de ver cine ni en la tele ni en los centros comerciales, cuestión de educación, supongo. La televisión, por muy grande que sea, siempre es pequeña, no existe el fuera de campo en una sala de estar y sí mil y una interferencias sonoras y visuales. En los centros comerciales, por su parte, no suele haber títulos que me atraigan y sí infinidad de interferencias sonoras provenientes de espectadores más acostumbrados al cine de sofá que al de pantalla grande; además las versiones dobladas me ponen de los nervios (especialmente esas falsas voces de niños) y me sacan constantemente de la película. Llamadme maniático, que diría algún cómico televisivo.
Aun así, el otro día me pasé por uno de esos centros dedicados al consumo a ver “Lo mejor de Eva”, la última película de Mariano Barroso, entre otras cosas porque se podía ver en versión original (ventajas del cine de casa) y por una sencilla cuestión de cercanía. A mí, de la película me interesa sobre todo Leonor Watling, que siempre me ha parecido una actriz excelente con una presencia encantadora; y, en menor medida, me interesaba también el director, que pienso que es un artesano muy solvente con gran capacidad para el thriller y el cine de atmósfera (a “Mi hermano del alma”, “Éxtasis” o “Los lobos de Washington” me remito). Aunque el ambiente no acompañaba demasiado, la película no me decepcionó en ninguno de los dos aspectos por los que pasé por taquilla: la Watling está estupenda aunque con algo menos de aura, y mantiene su personaje con fuerza y bien matizado; no lo tenía fácil pero termina transmitiendo esa mezcla de rigidez, frustración e inestabilidad que el personaje requería para que la película fuera creíble. Barroso, por su parte, ejerce con buen oficio, aprovechando el formato y haciendo una realización correcta y efectiva; una pena que el guión no explote sus posibilidades y que no logre la temperatura y la torridez que personajes e historia reclaman; y es que es un relato sin secundarios que enriquezcan la trama principal y esta arranca con fuerza pero luego pierde fuerza y se diluye en esa relación jueza-gigoló que se ve pero no se siente y que, además, es muy predecible. ¡Qué película podría haber sido si hubiese cogido fuerza la trama sobre la corrupción y el poder de las influencias de los que tienen amarrados a los poderes judiciales y políticos: el personaje acusado de asesinato, el juez que se intuye vendido, el abogado, la mujer… todos podrían haber llevado el film por derroteros mucho más ricos e interesantes, pero se queda en un proyecto de thriller erótico que, personalmente, creo que no acaba de satisfacer. Quizás Barroso y sus productores , al hacer la película, pensaban más en el tipo de espectador que yo tenía un par de filas detrás: un grupo de chicas jóvenes que habían ido a ver a Miguel Ángel Silvestre (el gigoló), a las que poco o nada les importaba el resto (Watling, Barroso, diálogos y trama incluidos) y que fueron las responsables de las interferencias sonoras de las que os hablaba al principio. Me pregunto qué sentido tiene pagar 6,20€ por una entrada y desperdiciar el 80% de lo que la película ofrece a base de no escuchar ningún diálogo que supere los veinte segundos (estándar establecido por la publicidad), de perderse entre comentarios, risas y salidas al exterior. Claro que la parte que menos me gustó a mí (el episodio en el que la jueza y el gigoló se lían) fue la que las hizo callar y prestar un poco de atención; las razones son obvias, además, en tiempos de Brando y sus camisetas sudadas ya pasaba también. Supongo que me podría haber pasado lo mismo con “Los descendientes” pero por suerte la vi un sábado por la mañana y en versión original: no se oyó absolutamente a nadie. Y la película excelente, también por dos buenas razones: George Clooney (excelente) y Alexander Payne (un director exquisito).
En fin, cosa mías, supongo.