Gestión de la buena

Gestión de la buena

{mosimage}Siempre que escucho a algún tertuliano radiofónico cantar las alabanzas de la gestión privada para estos momentos de crisis, me vienen a la mente antiguas empresas públicas privatizadas y tuerzo el gesto. Se nos hace creer que un viraje hacia la gestión privada significará más eficiencia en el servicio y menos coste para la administración, aunque con ello se esconda, a menudo, un incremento de precios para las personas usuarias, precariedad laboral para los trabajadores y un servicio cuya misión no es la calidad sino el rendimiento económico.

También hay que considerar que aspectos como la excesiva burocracia y la falta de a objetivos a priori y su rendimiento de cuentas son, a veces, susceptibles de mejora por los políticos y directivos que gestionan lo público.

Otra reflexión importante, quizás para mí la más relevante, es que el objetivo economicista que rige la gestión privada es difícilmente aplicable a sectores clave para el estado del bienestar como la educación, la salud, los servicios sociales…, y además provoca una pérdida de control de determinados ámbitos estratégicos para el país como la energía o las comunicaciones.

Y por no hablar de lo que considero una tremenda injusticia: haber creado empresas públicas con el dinero de todos los contribuyentes para que, a partir de su privatización, los beneficios no reviertan en la ciudadanía, sino tan sólo en unos pocos accionistas.

La gestión puede ser buena o mala tanto en lo público como en lo privado, y no es necesario demonizar la gestión privada, pero la gestión pública puede y debe ser buena, y si no es así, la responsabilidad debe recaer en los políticos y directivos públicos.

Seguramente, hay servicios de financiación pública que pueden ser gestionados desde el ámbito privado, pero los servicios esenciales como, por ejemplo, la educación y la salud tienen que seguir siendo gestionados públicamente.