Edward Hopper
{mosimage}A menudo, como necesaria higiene mental, hay que hacer oídos sordos a lo que manifiestan ciertos politicastros cainitas interesados en dividirnos para obtener más poder. Sí, oídos sordos, pensar por nosotros mismos y acercarnos a visitar nuestros vecinos. Veremos que, en general, son gente amable y acogedora. Que sus problemas son los mismos que los nuestros y que suelen estar tan mal gobernados como nosotros. Otra razón de peso para llevarse bien con ellos: van a ser nuestros vecinos por los siglos de los siglos.
Hacía tiempo que no iba a Madrid y esta vez el viaje lo emprendí para contemplar un exposición temporal de Edward Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza. Me consta que las exposiciones de grandes maestros son cada vez más difíciles de organizar por varios factores: desconfianza de los museos en prestar sus obras por atentados, ausencia temporal de estas grandes obras en sus galerías, lo que le causa pérdida de ingresos… Además, en este caso, oí al comisario de la exposición comentar que había sido especialmente difícil reunir las obras de Hopper, ya que están diseminadas en pequeños museos de EE.UU y que, al prestarlas, perdían uno de sus principales atractivos.
Tengo la certeza de que cuando se hace una temporal de un maestro, es posible que ya no tengamos ocasión de volver a ver algo parecido en nuestra vida.
Desde luego, ésta no defrauda en absoluto. Ocurre que a veces, lees un breve poema o un microrrelato, dos o tres líneas nada más y te emociona. Sucede que la imaginación está en esas cosas aparentemente humildes. Obras que parecen fáciles de realizar, pero cuando te pones hacerlas, ves lo difíciles que son, es la llamada “falsa facilidad de lo sencillo”. Esta facultad de emocionar con pocos elementos, sólo está en manos de algunos privilegiados artistas. Ocurre con Hopper, que aparentemente es fácil, pero que sus obras, una a una, esconden un mundo de sugerencias, además de una gran complejidad técnica y hace que pasemos de la admiración, a los sueños. Me explico: ves una obra suya y te impacta. Está ahí, con un discurso elemental, pero te siguiere algo más que lo que están viendo tus ojos, como si la vista traspasara el cuadro, los paisajes o los personajes y éstos tuvieran muchas más cosas que decirte y te invitaran a que elaboraras tu propio discurso, siguiendo la senda iniciada por el autor.
Hopper fue uno de los principales representantes del realismo del siglo XX. A pesar de que durante gran parte de su vida su obra pictórica no recibió la atención de la crítica ni del público y se vio obligado a trabajar como ilustrador para subsistir, en la actualidad sus obras se han convertido en iconos de la vida y la sociedad moderna.
El pintor da un tratamiento cinematográfico a las escenas y un peculiar empleo de la luz como principales elementos diferenciadores de su pintura. La mayoría de sus temas pictóricos representan lugares públicos, como bares, moteles, hoteles, estaciones, trenes, todos ellos prácticamente vacíos para subrayar la soledad del personaje representado. Por otra parte, Hopper acentúa el efecto dramático a través de los fuertes contrastes de luces y sombras.
Hacia 1930, fruto del aislacionismo de Estados Unidos, aumentó considerablemente su fama, aunque su fortuna crítica comenzó a crecer verdaderamente a partir de su muerte, en 1967, cuando empezó a ser reconocido como uno de los grandes maestros del arte del siglo XX.
Podéis admirar esta exposición hasta el 15 de septiembre.
Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com