Una historia en bikini
{mosimage}Hoy es miércoles, primera semana de julio, luna llena en un día realmente como la noche. Estoy fuera de mi vivienda habitual; estoy como diría alguien, se podría llamar a esto vacaciones. El mismo alguien es quien afirma que el inconveniente de una jubilación es que con ella del todo y para siempre desaparece la agradable fiesta de la vacación.
Remito a la redacción de esta periódico por @mail, estas líneas tratando de cumplir puntualmente mi compromiso de todos los meses. Yo no seguiré aficionado a los nuevos problemas y estilos tecnológicos pero confío en que se cumplan cuantos objetivos he citado con buen y oportuno fin. Yo soy un hombre aceptablemente confiado.
Cinco o 6 de julio del 2012. No importa. Una vez más estoy sentado frente a un inmenso mar como tantas veces. Se trata de una contemplación habitual mediterránea, esta vez con mi mujer sentada frente a mí a través de un ordenador capaz de ordenarlo casi todo excepto lo que realmente debería ser ordenado, y un encargado de mantenimiento, jardinero, albañil, reparador de pequeños, a veces grandes desperfectos. Fue en Aragón, creo recordar, donde comí en un restaurante organizado en el refectorio de una catedral-convento y ahora adaptado a las ineludibles necesidades del turismo. Dos cosas me sorprendieron realmente: 1º, el servicio estaba formado por agradables y eficaces señoritas y 2,º fue allí, me informaron dónde se había gestado el origen de los Países Catalanes. Roda de Isábena, una catedral en una montañita el lugar a que me refiero en el que estuve hace diez años.
Cosas de este estilo se pueden hallar en múltiples localizaciones de cualquier país para que, como todos, respire un cierto grado de historia interesante y real. Podría, puedo, pero no lo voy a hacer, describir un paisaje que se me podría cruzar también en cualquiera de estos rincones, si cabe con más vida y más interés: las manos en la cabeza, unas tremendas gafas de sol para disimular unos ojos, unas facciones evidentemente anchísimas no sólo por lo que son sino por lo que sugieren, por lo que hacen imaginar que no sirven para nada, en absoluto, para desviar la mirada a otras zonas y aspectos mucho más eróticos en un plano más bajo, sólo por su situación, no por otra cosa característica anatómica cubierto por la misma expresión de un top al que incluso la breve palabra que lo define resulta exagerada por el real tamaño de su dimensión.
Pero no se crean nada extraordinario más abajo, porque allí hay sólo un breve orificio umbilical sin referencias actuales que dificultan incluso su localización por su ausencia. Después, si siguen descendiendo, nos toparemos con la reducidísima segunda parte de un bikini que mantiene las piernas abiertas por impermeables en el amplio sentido de la calificación ante la proximidad de la superficie del mar y del universo.
No voy a dar más datos sobre dónde uno puede encontrar historias de la creación de Cataluña y un bikini puesto a nivel del mar. Y evidente una cara en los libros de nuestra humanidad y la otra en la bibliografía de hoy, de ayer y probablemente de siempre. Yo espero que les parezcan bien estos cambios de estilo y de temas en mis columnas. Porque ahora, Ibiza, de momento todavía me gusta así. Porque aún Así me lo parece (y que dure).