¿Hasta dónde vamos a poder resistir? ¿Hasta cuándo tendremos que soportar la presión que se nos impone para pagar a escote la orgía, la borrachera de unos cuantos durante los últimos años? El último asalto me ha llegado con membrete del Instituto Nacional de Estadística (INE). En 2012 mi economía familiar ha tenido que soportar una subida del 40 % en el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI). Para 2013 el aumento será de otro 40 %. Y eso no es todo. Durante los próximos diez años tendré que hacer frente a un prorrateo incesante, que concluirá en 2023, cuando mi tasa impositiva de IBI supondrá un 100 % de aumento, con respecto a lo que yo pago en este año 2012.
Mi sueldo no ha subido ni un 40 %, ni tan siquiera un 20 %; es más, ni tan siquiera ha experimentado una mejora ligada al IPC anual. Ni en 2012, ni en 2011, ni en 2010… Mi poder adquisitivo ha ido menguando durante todos estos años, porque la congelación salarial siempre ha ido acompañada de un sucesivo aumento de impuestos. Y, a pesar de todo, sigo viviendo con dignidad, intentando hacer frente a todos y cada uno de esos pagos, que me masacran la cuenta bancaria cada final de mes. Pero ahora ya no me puedo desprender de ese rictus desencajado que ha venido para quedarse en mi cara.
Es el mismo rostro de perplejidad que se les quedaba a aquellas víctimas de una injusticia en tiempos de la Edad Media, cuando los recaudadores, por orden del señor feudal y de la Iglesia, entraban a caballo en los humildes terrenos del pueblo llano. Se llevaban todo lo que podían, y más. El pago de ese diezmo era obligado. La modesta economía de aquellas familias quedaba completamente maltrecha después de aquellos vendavales a caballo. Y con ese grano, o con animales, o con las monedas que sacaban de las casas más humildes; los nobles financiaban banquetes pantagruélicos en sus lujosos palacios. Piénsenlo. La historia se repite. Los poderosos siguen diezmando nuestras vidas.
twitter: @goyobenitez