LA VIDA DE PI

Decía un crítico que Ang Lee, el director de “La vida de Pi”, es un cineasta capaz de hacer una buena película a partir del manual de instrucciones de una nevera; y lo decía porque consideraba que el taiwanés enriquece, personaliza y dignifica todo proyecto que cae en sus manos, aportando una factura impecable y suficientes elementos personales para hacer del producto final algo interesante. Si repasamos su filmografía, desde sus primeras “El banquete de boda” o “Comer, beber, amar” hasta sus obras en Hollywood como “Tigre y dragón”, “Brokeback mountain” e incluso la más comercial “Hulk” la teoría parece acertada.

“La vida de Pi” no es una excepción, sino todo lo contrario, la reafirmación de Lee como un director más que competente, con personalidad y visión propia y una capacidad extraordinaria para narrar y transmitir. El film podía haber derivado en una aventura tipo “Náufrago”, pero el tema de la supervivencia se plantea bastante más complejo que el simple hecho de sobrevivir al hambre y la sed. Podía haber sido una película de catástrofe a lo “Titanic” pero con menos muertos y, sin embargo, se opta porque la tragedia se aleje del melodrama para caer de lleno en el terreno de lo fantástico. También podía haber sido un panfleto místico en favor de alguna creencia religiosa, pero tanto la espiritualidad del personaje (es hinduista, pero también cristiano, musulmán y judío… en un alegato sencillo y efectivo en favor de cualquier creencia) como la de la película, están basados más en la fuerza de sus imágenes, más en el valor de los elementos naturales que en el posible discurso religioso-redentor-purificador que, finalmente, no aparece.

Así pues, Ang Lee nos ofrece un viaje a un infierno absolutamente luminoso y fascinante que su capacidad para contar historias lo convierte en una odisea épica de control, superación y supervivencia.

La película tiene una primera parte más discursiva en que se nos presenta al protagonista-narrador y que no carece de cierto humor (el origen del nombre del personaje principal, la actitud de los padres, el asunto religioso…) y de esa gran humanidad con la que Lee dota a sus criaturas. Luego, a partir del naufragio, la cinta se torna hipnótica, sin tregua, con una utilización exquisita del plano, del decorado, de los efectos digitales, de la luz y del sonido; un trabajo delicioso que se disfruta sin pestañear.

Luego está el 3D que si bien no molesta, tampoco parece necesario. Se ha de reconocer que el formato dota  a las imágenes de mayor densidad y fuerza siendo “La vida de Pi” una de las pocas películas en que estaría justificado; pero para su visionado yo me plantearía ahorrar unos euros y disfrutar de la luminosidad que te roban las gafas y que tanto se disfruta en el 2D.

Por último, resaltar las múltiples lecturas que nos ofrece la película, las diferentes perspectivas desde las que se puede abordar su visionado, todas válidas, por supuesto, dependiendo de la disposición, la cultura y el interés del espectador. Se puede ver en “La vida de Pi” desde una fábula moral, hasta un historia de autodescubrimiento, pasando por un bonito cuento o una historia de terror camuflada de luz…, a elegir y a disfrutar.

 Fernando Lorza