LOS AMANTES PASAJEROS

Comentaba un crítico, al que Almodóvar le gusta bastante poco, que cada una de sus nuevas películas parecían obligadas a convertirse en un hecho extraordinario, por supuesto ineludible, y que se esperaba de ellas que supusieran un cambio en la cultura del país o en cualquier otro aspecto esencial de la evolución del arte de Pirineos para abajo.

Me parece a mí que, aunque de un modo excesivamente exagerado y visceral, al crítico no le faltaba razón. Cualquier cosa que hace el señor Pedro supone un acontecimiento en sí mismo y  las expectativas que se crean ante un nuevo estreno suelen ser muy altas y bastante generalizadas. A ello contribuye una maquinaría de propaganda montada a través (o por) su productora El Deseo que se las apaña de maravilla para que todos los medios de comunicación se hagan eco del evento, la información se dosifique con habilidad para crear la suficiente expectación, y que un buen número de personajes con renombre en la profesión participen en el proyecto.

Así las cosas, las obras de Almodóvar (y especialmente esta última) son más  productos de mercado que películas con afán de creación  y renovación. Quizás por eso a mí me gustan mucho más las cintas de su primera época: un tanto irregulares y chapuceras pero “de una intensidad arrolladora” (como decía Sabina en una canción), descaradas hasta el límite y con clara vocación de rebeldía. Y quizás es por eso por lo que la película la hemos visto a petición de mi hija, que se quedó fascinada e intrigada por un trailer de promoción genuinamente hipnótico. Es justo reconocer que Almodóvar hace un cine de calidad, pero el mayor mérito está en cómo se vende.

“Los amantes pasajeros” es, en cierto sentido, una vuelta al cine que hizo en los años ochenta, especialmente al tono y la estética de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” pero cargando las tintas en piezas de marcada sexualidad desinhibida que tanto explotó en su primera época de los años setenta. Del Almodóvar denso, serio y trascendente  de las últimas producciones parece que hemos pasado a otro de espíritu más gamberro y festivo; que el giro sea del agrado del espectador, eso ya depende de retinas, sensibilidades, bagajes, prejuicios y gustos de cada uno (espectador, se entiende).

Almodóvar propone una comedia en tono ligero, basada en una única situación cerrada (un avión volando) que arranca con una situación anormal (el aparato tiene una avería) a partir de la cual los personajes y sus relaciones interactúan de forma bastante atípica. A la artificialidad del planteamiento, reforzada por un decorado de colores extravagantes y algunos cambios de rol (los tres azafatos, la homosexualidad de los pilotos, el personaje de Cecilia Roth…), hay que sumar unos diálogos un tanto pasados de rosca y un par de anotaciones sueltas sobre la situación social actual (el banquero con el dinero, la mujer con información delicada…). Todo ello sostenido por el entramado siempre sólido del director (sólo él es capaz de hacer pasables o creíbles sus argumentos) y unas actuaciones (especialmente la de Raúl Arévalo) espléndidas que dotan de firmeza a unos personajes al borde del abismo del ridículo.

He de reconocer que la película no me terminó de convencer, me parece que se preocupa demasiado por encontrar el chiste, la situación hilarante, y las piezas le quedan torpemente engarzadas; lo mejor, el numerito a costa del tema “I’m so excited” (y eso ya sale en el trailer) y el personaje de Carlos Areces que hace bueno el dicho de “menos es más”. Al final me queda una pesada sensación de excesivo chiste a costa de sexo gay con un lujoso y colorido envoltorio; eso sí, entretenido.