MIEDO

Realmente le dio miedo.

No sabía el motivo pero sentía miedo. Un extraño miedo a olvidar. Olvidar todo un conjunto de cosas que su mente era incapaz de retener en el compartimento de la memoria. Imágenes almacenadas en cualquier rincón de su cerebro o en la más remota profundidad de sus ojos. Por eso necesitaba colecciones.

Fotos, muchas fotos, muchísimas fotografías, en el fondo, de una insólita soledad. Pero no una soledad triste sino todo lo contrario, rezumando siempre entre sus ojos llorosos de lágrimas dulces una sonrisa rebelde. Y eso también le dio miedo.

No sabía, no quería aprender, del todo, esta sublime paradoja y se enamoró de lo más grande. Podía tener amigos pero ninguno tan enorme que fuera capaz de recorrer el mundo de norte a sur sin detenerse. No sé si habría querido, como Jonás, ser devorada por una ballena, pero soy consciente de que no le habría gustado tener que enfrentarse al enemigo mayor de la creación: el hombre. Y buscó. Y no se conformó primero con Este, después con Ese y algún día será con Otro. Como peces de una pecera muy especial. Suya.

Cruzó estudios de televisión, organigramas cinematográficos, platós muy diferentes. Blancos, amarillos y negros. Gran amiga de sus amigos. Gran amigo de sus amigas. Y siguió teniendo miedo.

Pero lo negro era distinto y se fue allí. Allí sabía que las cosas iban a ser, seguramente, muy parecidas. Como todos acabaría estrellándose contra el suelo de cualquier sitio. Pero, entre tanto, sobre el cielo de la noche, su color destacaría más y sus temores y su sonrisa brillarían con descaro y sin saberlo. Entonces su luz se vería mucho tiempo desde cualquier parte. Tal vez así sería un poco más feliz. Tal vez así acabaría sin tener miedo. Bueno,  no lo hizo ni tampoco olvidó. Y esta podría ser la historia de un pequeño gran cometa, de una estrella fugaz, sobre fondo oscuro, perdida en las ondas de un universo cualquiera. Y ahora, exclusivamente ahora, sólo faltaría ponerle un nombre a este pequeño cuento de hoy tan especial. Sólo eso, un nombre…, y una esperanza.

Y le puso el nombre. Le llamó miedo. Pero, exactamente, ¿a qué? Yo ignoro el tuyo, nunca lo he sabido aunque sí sé cosas de tu vida. Las que, sin querer, han sido fuente de inspiración de esta especie de monólogo. Pero tú eres…, nada más y nada menos que una mujer. Por eso…

Así me lo parece