C.A.T. CON MARIUS

Llevaba un vestido de baño muy sugerente de todo aquello que se empeñaba en ocultar. Eso sí, sin conseguirlo. Y se puso a escuchar el silencio, a mirar la nada, a palpar lo invisible, a soñar con los ojos cerrados o al menos ocultarlo bajo unas megagafas de sol casi insultantes. Labios y tetas desproporcionadamente pequeñas. En pocas palabras, era muy atractiva y activaba sin querer (yo pienso que queriendo) situaciones eróticas entre el público masculino y hoy también femenino. Pero no importa, sugería así para cualquiera. Os juro que no sé quién era, pero  no me habría disgustado nada saberlo, entre otras cosas, aunque no me habría importado tampoco, no sólo saberlo sino incluso verlo, conocerlo, comprobar la realidad de todo aquello que de momento eran sólo sugestiones, ideas, adivinanzas, serios anuncios de todo cuanto os podéis imaginar.

Ha transcurrido algún tiempo desde aquel momento y yo sigo con toda mi ignorancia al respecto, sin conocer ni diagnosticar cuanto os he insinuado en el primer párrafo de la columna. Y uno, en la prensa diaria, puede encontrar a veces la inspiración necesaria para escribir más, para diagnosticar casi una fabulosa realidad en medio de palabras, sugerencias, conceptos, e incluso aparentes irrealidades que se transforman, sin querer, en sensibilizantes neuronales como escribe el corresponsal de La Vanguardia en Pekin que conmemora, entre otras cosas, el medio siglo de la imagen inmortalizada por el fotógrafo Malcom Browne de Associated Press, del monje budista de 66 años Thich Quang Duce, inmolado muy ceremoniosamente en Vietnam del Sur, inaugurando así una serie de inmolaciones por el fuego de protesta política calificadas como suicidios a lo bonzo. Con una mayor o menos repercusión pública a lo largo del tiempo, siempre eso sí, con un trasfondo religioso.

También en el mismo número de La Vanguardia aparece un artículo firmado por un antiguo conocido mío, Màrius Serra, con el que me une el haber protagonizado el nacimiento de dos hijos suyos. Tal vez con un carácter más desenfadado, jugando con las siglas C.A.T. al final de una serie de palabras, sin tener nada que ver con Catalunya, él insiste especialmente en la voz catalana Pecat como eje del comentario, pero no voy a insistir en ello ahora mismo. En castellano la mayoría conocéis la traducción, que es exactamente Pecado. Aunque deberíamos recordar, quizá, esa cosa que llamamos instintos, y  son una característica irrenunciable de quienes vivimos en la tierra, y me refiero al instinto conservador y al instinto sexual, no al instinto de imitación que ni tan sólo es instinto (llámenlo como quieran), porque si desaparecen es que algo pasa en la mente del individuo que los haya perdido. Tanto el protagonista de estas consideraciones, como yo, hemos vivido muchos años sin vernos, sin hablar, sin ser famosos como Màrius. Pero si esta columna sirve para compartir una cerveza o un café, será un muy buen resultado de la misma.

O así me lo parece