¡Lo que es la vida! Yo que siempre admiré en mi juventud al literato Jean Genet y lo tenía medio olvidado, me encontré hace días en ese magnífico invento que es “televisión a la carta” con un reportaje sobre él emitido hace unos años y que no llegué a ver en su momento. Se centraba en su estancia en los años 30 en el entonces llamado “Barrio Chino” de Barcelona, titulado “Genet en el Raval”, en donde Juan Goytisolo, de forma directa y sentida y basándose en los textos del autor nos acerca entrañablemente, como sólo él sabe hacerlo, a la figura de un literato transgresor en su vida y en su obra.
Resulta que la controvertida “Caja tonta” no es tan tonta si usamos mínimamente el cerebro y nos ofrece programas como este.
A los pocos días de ese inesperado hallazgo, mi amigo el escritor Albert Tugues, reeditó en su blog “Pensión de Ulises”, un reportaje que le dedicó a Jean Genet publicado en 1990 por Javier Lentini y María Teresa Bella en la revista “Confluencias”, una revista de medicina y humanidades, cuya sección literaria acogió gran número de prestigiosos escritores.
Casualidades: yo que tanto admiré a Jean, me lo recordaron por ración doble en el lapso de unos pocos días. Rápidamente, busque en mi biblioteca sus libros y releí pasajes que el tiempo los tenía adormecidos y que tanto me habían emocionado en una edad en que todo es hermoso y crees que el mundo puede tener remedio.
Jean nació en París en 1910, hijo de una prostituta que lo abandonó, recorrió gran parte de Europa como chapero, ladrón y vagabundo, ejerció de auténtico marginado social que le hizo dar con sus huesos en la cárcel durante largos periodos de su vida. También fue defensor de causas difíciles, a los que apoyó directamente: Panteras Negras, Palestina… Genet estaba en Beirut en 1982 cuando entraron los israelíes y ocurrieron las atroces matanzas de Sabra y Chatila, y escribirá “Cuatro horas en Chatila”, un testimonio escalofriante de los sucesos, de una belleza sobrecogedora: “El primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la cabeza. Todo el cuerpo estaba tumbado sobre un charco de sangre, negro y coagulado. El cinturón estaba desabrochado, el pantalón se sujetaba por un solo botón. Las piernas y los pies del muerto estaban desnudos, negros, violetas y malva: ¿quizá fue sorprendido por la noche o a la aurora?, ¿huía? Estaba tumbado en una callejuela inmediatamente a la derecha de la entrada del campo de Chatila que está frente a la embajada de Kuwait. ¿Cómo los israelíes, soldados y oficiales, pretenden no haber oído nada, no haberse dado cuenta de nada si ocupaban este edificio desde el miércoles por la mañana? ¿Es que se masacró en Chatila entre susurros o en silencio total?”.
Otras obras suyas son: “El enemigo declarado”, “Milagro de la rosa”, “El niño criminal”, “el Objeto invisible”, “Diario del ladrón”, “Pompas fúnebres”…, todas ellas de estilo agitador y moralmente provocativas. También dejó varios libros de poemas, piezas de teatro e infinidad de artículos. Muchas de sus obras fueron prohibidas en varios países.
En 1984 la Academia Francesa le concedió el Premio Nacional de Literatura y en 1986 murió. Cumpliendo su voluntad fue enterrado en el Cementerio Español de Larache (Marruecos). El cementerio está sobre una colina de esta ciudad diferente, lejos de los circuitos turísticos y reafirmada en un pasado glorioso.
Allí reposa Jean en una modesta tumba encalada, cubierta por hierbas, mirando en dirección a La Meca.
Al frente, el azul inmenso del Atlántico.
Felipe Sérvulo
fservulo@hotmail.com