Personajes

Hay películas que tienen la capacidad de fascinarnos, otras que nos entretienen y otras que simplemente nos aburren. El porqué de estas sensaciones no siempre es fácil de discernir, pero, en ocasiones, nos encontramos con algunos elementos (cinematográficos y extracinematográficos) que sí son identificables. Uno de esos elementos son los personajes que habitan las historias y que no siempre tienen el dibujo que necesitan. Hacerse con personajes sólidos y bien definidos y rodear los de secundarios atractivos y con entidad es algo que la televisión ha asumido casi mejor que el cine actual y es, posiblemente, una de las razones por las que las series TV están ocupando un espacio que, no hace tanto tiempo, ocupaba la gran pantalla.

Hay una cierta tendencia, en el cine de consumo, a olvidarse de definir y otorgar entidad a protagonistas y secundarios; a dejarlo todo en manos de la acción, del ruido, del estruendo visual y sonoro y/o de los efectos especiales. “Los juegos del hambre. En llamas” me parece un buen ejemplo de ello: un grupo de jóvenes pasándolas canutas en un mundo absolutamente controlado al estilo de “El show de Truman” y de los que apenas terminamos sabiendo nada aparte de lo guapos que son y si son buenos o malos; de los secundarios no hablamos porque hay pocos y lo único que llegamos a apreciar es si son o no una amenaza para los buenos. No estoy muy metido en este tipo de cine para adolescentes, pero me da que no es un caso aislado y que más bien forma parte de la tónica general de un cine superficial y vacío, de consumir y olvidar al mismo ritmo que una caja de palomitas.

Hay, por supuesto, películas que son todo lo contrario y en las que los personajes tienen entidad, personalidad y fuerza. Un par de ejemplos (aprovechando los estrenos de estas vacaciones) de películas que, además, en sus títulos aparecen los nombres de sus protagonistas:

“La vida secreta de Walter Mitty” de Ben Stiller, la historia de un hombre al que se le va la olla, que vive en el gris mundo del trabajo sin perspectivas de futuro, la relación humana siempre por comenzar y la rutina diaria más o menos llevadera. Un personaje que podría haber sido un imbécil repelente, un payaso sin gracia o un desgraciado al que compadecer, pero que se nos plantea de tal manera que acabamos cogiéndole cariño, sintiendo por él cierta empatía y, sobre todo, entendiendo que sus “alucinaciones” son algo de lo que podemos participar y que podemos entender. Para lograrlo, la película echa mano de unos secundarios en su punto justo: el fotógrafo encarnado por Sean Penn (escueto y esencial), la chica (distante pero asequible), el informático encargado de la web de contactos (una voz que es toda una presencia)…; también de una exquisita fotografía, de una banda sonora excelente y de un texto original brillante. Una película que queda mucho más allá de las palomitas y que se conserva con agrado una vez fuera de la sala.

“A propósito de Llewyn Davis”, de los Hermanos Coen, estaría a muchas millas de la anterior, pero también pivota sobre un personaje que a pesar de ser egoísta, fracasado, terco y presuntuoso, termina teniendo ese punto de humanidad y encanto que nos lo acerca y nos lo hace creíble e incluso entrañable. El Llewyn Davis de los Coen podía haber sido Bob Dylan si las circunstancias y el azar le hubieran sido favorables, pero es un personaje al que todo le viene del revés y, si algo le viene de cara, ya se encarga él de volverlo. Además, ya se sabe que los Coen no tienen ninguna consideración con sus criaturas y, sin alzar el tono, las suelen someter a situaciones más propias de un sádico (literario) que de un cineasta. Y, por supuesto, los secundarios no tienen desperdicio: el grupo de folk que suena hortera y pegadizo, el personaje de John Goodman (absolutamente pasado de rosca), el chófer de Goodman (bordeando la psicopatía), el manager (anacrónico), el productor musical encarnado por F. Murray Abraham (devastador en su laconismo), la pareja que acoge a Davis pase lo que pase… Como en la película de Stiller, uno no sabe bien si son idiotas o es que han tenido una vida muy dura, pero al final se tiene la sensación de conocerlos, de haber participado con ellos de ese viaje a ninguna parte y los golpes que reciben, el frío que pasan o las oportunidades que pierden son también un poquito del espectador. Añadamos una fotografía “de qualité”, una planificación impecable, unos diálogos bien escritos y un dibujo de la época muy didáctico y tenemos una película de verdad. Otra cosa es que les guste.

Lo dicho, personajes, fundamental.