Síndrome de Liz

Ojo a este 2014, no vaya a ser que acabemos todos padeciendo el Síndrome de Liz. No se esfuercen. No busquen el significado de esta dolencia en ningún tratado médico. Es pura invención de un servidor. Así es como he bautizado el extraño episodio vivido por una mujer de Seattle en la primera semana del año. Liz, una mujer de mediana edad, acabó en el hospital después de estar durante más de tres horas inmersa en una vorágine de placer interminable, como consecuencia de un orgasmo. Un orgasmo que duró algo más de lo normal, después de tener relaciones sexuales con su novio. El héroe en cuestión se llama Eric.

Según informaba la propia pareja, que aireó este peculiar caso médico en la televisión de EEUU, cuando la mujer llevaba una hora de clímax, empezó a sentir miedo. Entonces empezó a probar todo tipo de ejercicios para desembarazarse de tan sobrenatural orgasmo. Comenzó dando pequeños saltos, arriba y abajo, para ver si eso frenaba el éxtasis. Nada. Entonces empezó a beber vino, pero eso tampoco funcionó. Al llegar a las dos horas, fue trasladada de urgencia a un hospital, donde el personal médico pensó que estaba de parto. Finalmente, tres horas después de encadenar gemidos y convulsiones de placer, y sin que Eric mediara ya en la escena, el orgasmo desapareció y Liz pudo descansar tranquila.

No me gustaría estar en la piel de Eric, obligado a demostrar tales dotes de amante superdotado cada vez que sus manos toquen a Liz. Igual que no me gustaría estar en la piel de Artur Mas, obligado a mantener la erección soberanista en Catalunya, sin que decaiga ni un ápice, al menos hasta el mes de noviembre de 2014. No estaría de más que aprendiéramos algo del llamado Síndrome de Liz. Algunos políticos deberían tomar nota. Una erección o un orgasmo eterno, sin final, puede acabar haciendo daño, mucho daño. Pensemos en la mujer de Seattle.

Twitter: @goyobenitez