Una película que empieza con un interrogante y tras la cual acabamos preguntándonos qué somos capaces de hacer con nuestros hijos cuando nuestros intereses se han ido hacia otro lado. Una de las películas que más me han gustado de lo que he visto en bastante tiempo.
Es esta una de esas cintas made in USA que no lo parecen, y lo digo como un verdadero halago; tiende el cine yanqui a simplificar, a dibujar estereotipos maniqueos, a reducir la compleja realidad a simples enfrentamientos entre buenos y malos, a redimir a unos masacrando a otros, a resolver lo complejo con simpleza… y, sobre todo, a dar una visión de la familia (y de la patria) muy alejada de la realidad. “¿Qué hacemos con Maisie?” tenía todos los ingredientes para ser una más en el montón de tópicos industriales, pero se descarta progresivamente de ellos en un agradable ejercicio de contención y mirada inteligente.
Es la historia de una niña de seis años (la Maisie del título) en medio del conflicto que han generado sus padres tras su separación y en pleno enfrentamiento por conseguir su custodia. La madre es una estrella del rock que ya no brilla como antes y el padre, un marchante de arte al que las cosas ya no le van nada bien; la decadencia de estos dos adultos se refleja en las actitudes ante su hija y, en especial, en el pleito por su custodia que, más que amor fraternal, es una lucha para hacer daño al otro; dos figuras que el cine de palomitas habría convertido en demonios aborrecibles y que aquí son seres despreciables a los que incluso podemos llegar a entender y de los que vemos, también, su lado humano, normal y sencillo. Si tenemos en cuenta que ella es Julianne Moore y él Steve Coogan, ambos estupendos, tenemos dos seres reales, vivos, creíbles y humanamente reprochables.
Y tenemos a Maisie, lo mejor de la función, deliciosa Onata Aprile; un personaje que mira, escucha y calla (de hecho el título original es “Lo que Maisie sabía”) y que espera e intenta que las cosas se solucionen. Un personaje que no llora (una única lágrima en todo el metraje) que no se lamenta, que incluso intenta justificar al adulto, pero que no entiende y que (lo intuimos) no acepta lo que ocurre; incluso en los momentos en que es literalmente abandonada, la criatura mantiene el tipo y espera que el adulto (algún adulto) cuide de ella, y así ocurre, para desgracia de los que esperan que el asunto se convierta en un dramón lacrimógeno.
Uno de los mejores aciertos del film está relacionado también con Maisie: la cámara se sitúa a la altura de la niña, prácticamente vemos lo que ella ve y sabemos lo que ella sabe; pero con una diferencia: su mirada es de niño y no entiende, la nuestra de adulto y sí podemos llegar a ello. Es quizás este punto de vista el que hace que la película no juzgue ni, por supuesto, condene, pero a la vez consigue que no se distancie tanto como para impedir que hagamos nuestra la historia y sentirla cercana, incluso propia.
Después están los personajes de Joanna Vanderham y Alexander Skarsgård ; la primera es la canguro de la niña que se casa con el padre (y no al final de la película precisamente) y el segundo es con quien se casa la madre por puro despecho y porque necesita que alguien cuide de su hija, lo dicho, un par de impresentables. Los nuevos cónyuges son, probablemente el punto más yanqui del film: jóvenes, guapos, buena gente, cuidan de la niña…, pero tampoco desdicen mucho del conjunto y ayudan a que la historia no sea, finalmente, una tragedia de llorar a moco tendido y se vislumbre un futuro con posibilidades para esa criatura de seis años a la que (a estas alturas) ya le has cogido cariño y a la que admiras profundamente.
Eso sí, vayan a verla en versión original, la niña habla poco pero cuando lo hace su doblaje se me antoja imposible.