Enfadando a tirios y troyanos

El otro día una amiga extranjera, pero residente en nuestra ciudad, me manifestaba su enfado por la forma en que el Gobierno de España ha dispuesto la “Declaración informativa sobre bienes y derechos en el extranjero” que, de manera obligatoria pero informativa, deben realizar desde el año pasado, y que en este ejercicio fiscal acaba el mes de marzo.
Me comentaba que la presentación del documento 720 es farragoso, solo posible a través de un modelo electrónico que requiere la firma digital, que se ha dado poca información al respecto por lo que, por ejemplo, muchas personas jubiladas extranjeras y residentes desde hace tiempo en nuestro país no saben que deben realizarla. Y, para colmo, las infracciones por no presentarlo son desmesuradas.
El objetivo de tal declaración es oficialmente la detección de dinero negro de España en otros países, pero cualquier persona extranjera en España (un 15% en el caso de Cataluña) corre el riesgo de ser multado con 30.000 € por cada concepto que no declare. Los diferentes conceptos pueden ser una cuenta corriente o de ahorro, una casa, un préstamo hecho a los padres, una herencia a pesar de haber pagado imposiciones según las leyes locales, una cuenta a nombre de diferentes personas como puede ser la un padre mayor. Según mi amiga, cualquier persona extranjera, con un mínimo de ahorros en su país de origen, se siente, a priori, como una criminal. Además, si no ha realizado la declaración, la multa puede superar el valor de la propiedad, por lo que los especialistas han puesto la etiqueta de “suicidio fiscal” a esta situación tan kafkiana.
Reconozco mi ignorancia sobre estos temas tributarios, pero no deja de sorprenderme que, por un lado, se anime a extranjeros adinerados a comprarse aquí propiedades para facilitarles la nacionalidad y establecer su residencia; y, por otro, se les imponga una burocracia complicada y, según muchos profesionales del ámbito fiscal, anticonstitucional o contraria al derecho de la UE.
Parece que este gobierno del PP tiene la capacidad de enfadar no solo a los nacionales sino también a los extranjeros residentes, aunque unos y otros no tengamos por qué estar enfrentados como los tirios y los troyanos por la hegemonía del Mediterráneo en la Edad Antigua.