Que este es un país de bucles lo demuestran anécdotas como esta. ¿Se han fijado que en el interior de los vagones de los trenes de Renfe hay un pequeño compartimento acristalado donde se guarda un “martillo rompecristales”? Las instrucciones, al respecto, son tan simples como confusas. Hay que romper el cristal para coger el martillo rompecristales. Y digo yo, si para utilizar el martillo rompecristales, debemos romper previamente el cristal que lo protege, ¿no necesitaríamos un primer martillo rompecristales que, a su vez –seguramente cumpliendo los protocolos de seguridad establecidos por la ley- debería estar protegido por otro cristal? Y, a su vez, este cristal debería ser roto por un nuevo martillo rompecristales… Y así hasta el infinito.
Estamos ante un claro ejemplo de una lógica basada en el bucle. Y en eso somos unos auténticos especialistas. Si algo distingue a este país, es esa facilidad para educar a generaciones enteras en el continuo deambular en círculo, sin ningún apego por la mirada hacia adelante, por la resolución de problemas buscando una salida lógica y orientada hacia el futuro. El pequeño detalle de ese bucle permanente lo encontramos en la anécdota del martillo rompecristales. Pero si abrimos el gran angular y miramos más allá, ese bucle permanente es el que envuelve, de forma obsesiva y rutinaria, nuestras vidas últimamente.
¿A qué se dedican, si no, nuestros políticos hoy en día? Unos, haciéndonos creer que sin consulta no hay democracia, y que sin independencia no hay prosperidad. En el bando opuesto, los que defienden que la democracia no es la consulta y que solo habrá prosperidad sin independencia. Cansinos todos ellos, extendiendo el hartazgo hasta el infinito. Y en medio de tanto bucle, los ciudadanos, indecisos, desorientados, aturdidos y sin saber cómo romper el primer cristal del martillo rompecristales. Porque, a todo esto, el martillo lo necesitamos para salir del tren que ha descarrilado. O sea, que estamos en medio de una emergencia. Y nosotros, con estos bucles.