Enfocados en los horarios

En una conferencia reciente, unos jóvenes estudiantes me preguntaron por el tipo de horarios que las empresas suelen tener. Querían saber si aún se trabaja con jornada partida o, en cambio, se había evolucionado hacia las jornadas más intensivas. En realidad, estaban interesados en saber si el trabajo les dejaría suficiente tiempo para sus vidas personales. La pregunta me sorprendió porque, detrás de ésta, se oculta la idea que asimila el trabajo a un concepto que por definición es malo. Se interpreta como una dualidad: ahora trabajo, ahora vivo. Pensemos que, según la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo), trabajamos unas 1.700 horas por año, mucho más que países como Alemania (1.400) y Dinamarca (1.500). Es de todos conocido que nuestros horarios laborales son demasiado prolongados y sobre todo muy improductivos. Ahora bien, no hay que confundir horarios con rendimiento. Si bien es cierto que no hemos conseguido erradicar la cultura del presentismo o presencialismo, es decir, permanecer en el puesto de trabajo para demostrar a la empresa que estamos comprometidos, cada día se mide más a las personas por sus objetivos individuales y los resultados que obtienen.
Por otro lado, tenemos una cultura muy social, nos gustan las reuniones, las comidas, la charla del café, el bocadillo a media mañana, hablar mucho…, y aunque a todos nos asombra que en Alemania acaben de trabajar entre cinco y seis de la tarde, no estamos dispuestos a renunciar a ciertos hábitos que definen nuestro estilo de vida, incluidos los extralaborales: quedar con los amigos, acostarnos tarde, dormir poco…. Somos así y no es difícil tener lo bueno de los dos sistemas: terminar pronto, pero no empezar tarde, trabajar menos horas pero con las interrupciones que me apetezca hacer…, no lo resolveremos por esta vía.
Es verdad que las empresas están constantemente luchando por incrementar la productividad y saben que a partir de ciertas horas la concentración, creatividad y el rendimiento bajan exponencialmente. Para ello están implantando horarios flexibles, facilitando la conciliación, promoviendo el teletrabajo, buscando reducir el absentismo, la rotación y, sobre todo, tener trabajadores contentos y descansados para que rindan más.Pero, en realidad, lo importante no son los horarios sino la esencia de lo que estás haciendo. De la misma forma que cuando vas a una fiesta o celebración, no estás pendiente de los horarios que te han dicho, en el trabajo debería pasar lo mismo. En este sentido, hay que buscar una ocupación que nos guste y aunque siempre tendremos momentos repetitivos, nos motive y demos lo mejor de nosotros. En todo caso, propongo desterrar la idea del trabajo como indica su etimología de tortura y castigo. Un trabajo ha de ser un lugar de expresión personal, donde te realizas, socializas y ayudas a los otros.