¿Qué tienen en común Noé y el Vesubio?

¿Qué tienen en común Noé y el Vesubio? Ambos forman parte de nuestra historia, el primero, según el Antiguo Testamento (Tanaj, en hebreo) fue el encargado de construir el arca y uno de los ocho supervivientes del diluvio universal enviado por Dios para destruir a los descendientes de Adán y Eva que se habían apartado del bien. Murió a la edad de 950 años y engendró a sus hijos cuando tenía 350.
El Vesubio ha pasado a la historia por la erupción que destruyó el 24 de agosto del 79 las ciudades de Pompeya y Herculano. Para este caso, solo nos fijaremos en Pompeya.
De entrada, Noé y Pompeya nada tienen en común. Pero hete aquí que, por obra y gracia del cine, ambas historias han coincidido simultáneamente en nuestras pantallas. Y lo han hecho, con dos grandes superproducciones, muy al gusto yanqui y, cada vez más, al gusto de la mayoría.
Si me atrevo a incursionar por el proceloso mundo de la crítica cinematográfica, no es porque quiera emular a mi admirado compañero Fernando Lorza, cuya columna me parece ejemplar e incluso, a veces, hasta estoy de acuerdo con él. Si lo hago de una forma puntual, es porque casi estamos en verano, época propicia para estas licencias.
Noé está dirigida por Darren Aronofsky, director de títulos tan dignos como “Pi”, “Réquiem por un sueño”, “Cisne Negro”…, pero para mi gusto (¿tengo que recordar que es “para mi gusto?), con Noé bordea el ridículo más espantoso. Tras 138 minutos inaguantables, sales con cara de tonto del cine y con la impresión de que se le ha ido totalmente de las manos (eso sí, arriesga) en su adaptación a la figura del patriarca con sus grandilocuentes explicaciones espirituales y antropológicas. En el film se mezclan buenas ideas con propuestas que rozan el ridículo. Hasta la banda sonora me parece inadecuada.
La otra película: Pompeya es otro producto típico de un tipo de cine que hay que evitar, tan mala como la anterior, pero esta, al menos, no aburre al ser un espectáculo visual, espectáculo, por otro lado, que falsea la verdadera historia de la erupción. Dirigida por Paul W.S. Anderson, especializado en películas de ciencia ficción, nos narra una mezcolanza de aventuras, catástrofes, historia…, durante 102 minutos con un desparpajo conmovedor para explicar la auténtica catástrofe en que convierte su película, adobada con unos diálogos que rozan el esperpento.
Reconozco que fui predispuesto en contra a ver estas películas, ya que no suelo asistir a este tipo de cine. El porqué fui, es bien sencillo: he estado un mes fuera de Cataluña, en Andújar y allí solo hay de momento, unas multisalas, en peligro de desaparecer. Ya se sabe: las tardes son largas, hay pocos sitios adonde ir, la televisión es lo que es: aburrimiento total, te cansas de leer y caes en la tentación: pasas por taquilla y pillas un rebote sensacional a la salida.

En próximas meses volveré en esta columna con mis poemas, con mis exposiciones, con mis personajes, con mis libros que tanto me enriquecen, me divierten y voy a dejarme de veleidades seudoculturales. Lo prometo.