Siempre se publicitan los actos de los benefactores que tienen grandes fortunas, sin duda, son más mediáticas, pero existen multitud de historias filantrópicas, algunas tan cercanas como poco comunes. Dos hermanos octogenarios del pueblo de Rialp han donado setecientos mil euros a su ayuntamiento para poder construir un edificio de apartamentos tutelados destinado a gente de la tercera edad. Se está edificando en terrenos municipales y en breve dispondrán de diez pisos de unos cuarenta metros que tendrán unos servicios comunes, comedor, lavandería y sala de juegos. Se sabe muy poco de los hermanos Farrero. No conceden entrevistas a los medios de comunicación, no quieren publicidad y, según los vecinos, su única ilusión es verlo acabado. Parece ser que han dado todos sus ahorros… en vida. Siempre me ha parecido muy curioso que en una sociedad como Estados Unidos, que venera el culto al individualismo, esté tan enraizada la idea de que las personas han de devolver una parte importante de lo que han conseguido a la sociedad. Es decir, solo serás realmente rico cuando consigas devolver parte a la humanidad. Se idolatran las donaciones de personas como Buffet, Gates, Bloomberg, Lauder…, e incluso existe un ranking público donde aparecen todo tipo de detalles. Para los norteamericanos, hacer donativos es cultural, una satisfacción personal, parte del éxito social y lo divulgan con orgullo.
Aquí también tenemos nuestros mecenas conocidos como Amancio Ortega, las fundaciones de las Koplowitz o Pere Mir entre otros muchos. Sin embargo, no causan la misma admiración e, incluso, algunos se dedican a criticarlos cuando deberíamos darles las gracias porque sus obras ayudan a mucha gente que tienen necesidades serias y no las pueden pagar.
Posiblemente seamos una sociedad que no valora estos actos de bondad. Según los datos de la Asociación Española de Fundraising, sólo el 19% de nuestra población hace donaciones, mientras que en países como Alemania es el 32%, Francia alcanzó el 53% y el 61% en Austria. De hecho, todos podemos ser mecenas. No hacen falta grandes aportaciones, ni hermosas obras. A veces, la necesidad está tan cerca que no se le presta importancia. La asistencia también puede ser colectiva y existen multitud de ONG apoyando a diversos grupos con problemáticas muy concretas y, a veces, graves. Pertenecer a una de ellas depende de querer compartir y tener un poco de tiempo. Realmente, existen más filántropos de lo que parece. Ayudar es la máxima expresión del ser humano y dejar un legado que nos transcienda es una magnífica meta. Como dice un proverbio irlandés, “la última camisa no tiene bolsillos”. Y los hermanos Farrero lo saben bien. Se merecen difusión y agradecimiento social. Muchas gracias.