Sí, soy consciente de que hablar hoy en día de Platero es ir a contracorriente. En una sociedad que ha perdido tantas referencias y en la que lo único que vale, paradójicamente, son los valores de la tribu, para algunos hablar de un burro que nació en Andalucía hace cien años, puede resultar anacrónico. Pero no va serlo, porque siempre habrá personas que guarden en su memoria emociones, paisajes y sepan que hablar con un animal y tenerlo como amigo es absolutamente posible, además de aconsejable.
Una de las paradojas es que “Platero y yo” ha pasado a la historia como un libro para niños, nada más lejos de la realidad, ya que Juan Ramón Jiménez quiso hacer un texto para adultos y, en algunos capítulos, introdujo una crítica social de la época. Él mismo lo dijo en un prólogo: “Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con determinadas excepciones que a todos se le ocurren”. Pero su sencillez expositiva y su transparencia hizo que poco a poco se fuera adaptando al gusto infantil.
La primera edición vio la luz en 1914, publicándose en 1917 la edición completa, compuesta de 138 capítulos, que es la que ha llegado hasta nosotros. El poeta tenía intención de ampliar el texto hasta los 190 capítulos e incluso quiso hacer una segunda parte que iba a llamar “Otra vida de Platero” y, curiosamente, pensó en publicarlo en cuadernos sueltos, proyectos que nunca vieron la luz.
Resulta muy interesante la influencia que tuvo en Platero los principios de La Institución Libre de Enseñanza de Giner de los Ríos; el amor por los animales, la vida en el campo, los valores humanistas y universales… A través de una sucesión de poemas en prosa, el autor nos va introduciendo en una obra colmada de metáforas, basada en sus vivencia con un borriquillo, que se convierte en un amigo inseparable, llenando la historia de tristezas, ya que al quedarse solo y no confiar en nadie, está demostrando su frustración al aferrarse al animal.
Hay que recordar que, en la época que escribió el libro, Juan Ramón había perdido a muchos seres queridos y se sentía maltratado por la vida, por lo que vuelca su dolor en el relato. Para ello, decide apartarse a una zona cercana al Atlántico y Platero se convierte en su única razón para vivir, compartiendo con él sus emociones, describiéndolo como una de las cosas más bonitas que pasaron por su vida, escribiendo con el corazón en la mano, haciendo que en cada capítulo se desborde la emoción y la belleza. Juan Ramón habla con Platero, lo acaricia, lo lleva de paseo, le da de comer lo que más le gusta y lo llevaba a Darbón, el veterinario cuando se ponía enfermo, “Darbón, el médico de Platero, es grande como el buey pío, rojo como una sandía. Pesa once arrobas. Cuenta, según él, tres duros de edad”.
Y Platero, un mal día se fue: “Encontré a Platero echado en su cama de paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que se levantara…
El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano arrodillada… No podía… Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico.
El viejo Darbón, así que lo hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo.
—Nada bueno, ¿eh?
No sé qué contestó… Que el infeliz se iba… Nada… Que un dolor… Que no sé qué raíz mala… La tierra, entre la yerba…
A mediodía, Platero estaba muerto. La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza…
Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de tres colores…”.
Y con su muerte, al poeta le invade la soledad, pero le queda un recuerdo tan hermoso, tan intenso, que seguirá viviendo siempre con su amigo.