He estado una semana en León, Sahagún, Villabalter y Astorga. Los cuatro enclaves pertenecen al Camino de Santiago. Hemos visto peregrinos en grupo y muchos en solitario, cosa que nos ha sorprendido, ya que debe de ser muy pesado. Pero allí iban con su pesada mochila al hombro, sus botas gruesas, su ropa de abrigo y sus dos bastones para ayudarse en el andar. Inmunes al sol y a la lluvia y al frío y al calor, cuando les veía pensaba que realmente al margen del tema religioso estaban buscando algo dentro de sí mismos.
En mi caso ha sucedido algo parecido, necesitaba una limpieza de espíritu y creo que se ha producido. En un viaje para mí es importante no sólo lo que ves sino con quién lo ves. Yo he ido con dos personas maravillosas y, la verdad, me lo he pasado muy bien.
Podría hablaros de la parte histórica y artística de la Catedral de León y su museo, de la Colegiata de San Isidoro (su Panteón Real es llamado la Capilla Sixtina de la pintura románica) y su museo, de la Catedral y del Palacio Episcopal de Astorga de Gaudí, de la Casa Botines de León también del genio de Reus. Pero en este caso, no voy a hacerlo, quiero hablaros de sensaciones, de las cosas que he sentido y, cómo no, también de alguna anécdota graciosa, no va a ser todo tan reflexivo. Corro el peligro de que os durmáis leyendo el artículo.
La primera parada antes de llegar a León la hicimos en Sahagún, el pueblo de mis padres donde pasé mis primeras catorce Navidades (no primaveras) y al que me une un vínculo muy fuerte. Desgraciadamente, ya me faltan la mayor parte de las personas, pero el hecho de estar allí me hace sentirlas más vivas en mi pensamiento. Volvimos el viernes, que era día de mercado, ya que el sábado era festivo por ser el día de Todos los Santos. Visitamos la Peregrina y por fuera las iglesias de San Lorenzo y San Tirso, ambas de estilo mudéjar. En el mercado compramos un queso exquisito y luego disfrutamos de cerveza y tapas en las terrazas de los soportales de la Plaza del Ayuntamiento. Comimos en el hostal La Codorniz y nos tocó un camarero infumable que se ve que no había dormido la noche anterior. La amiga que me acompañaba quería morderle en la yugular, pero al final pude evitarlo. Había otra chica sirviendo que era muy amable, pero nos tocó el ogro. Es una cosa rara porque allí la gente es muy agradable. Otro que pasó mala noche nos tocó en la estación de Renfe de León cuando fuimos a cambiar un billete de tren, pero fueron dos excepciones negativas, ya que el resto de personas que nos atendieron fueron estupendas.
De Villabalter, que era donde nos alojábamos, un pueblo de unos 1.500 habitantes a cinco minutos en coche de León capital, os puedo contar que tiene unos atardeceres preciosos y dos bares que frecuentábamos por la noche. A partir del domingo, bajaron las temperaturas y cuando volvía a entrar después de fumar un cigarrillo en la calle, se me empañaban las gafas. Pero valió la pena porque la compañía era muy grata y el ambiente invitaba a confidencias divinas y humanas, fue muy hermoso. (Continuará el próximo mes).