Hoy en Cuarto Milenio nos gustaría compartir con ustedes el extraño caso de un hombre que lleva algunos años oyendo voces inquietantes. Su historia es espeluznante porque nadie más a su alrededor puede escuchar dichas voces; quizá de ultratumba, tal vez procedentes de una dimensión desconocida, lejos del alcance de la racionalidad que gobierna nuestro pensamiento diario. Desde la nave del misterio nos intriga esa realidad paralela. Hemos querido saber algo más acerca de esa letanía que se repite hasta el infinito, que se propaga por el éter que envuelve la existencia de este hombre, como si de un aura sonoro pero invisible se tratara.
Carmen Porter ha podido documentar algún otro caso parecido, pero lejano en el tiempo. Son pocas las personas que se atreven a reconocer en público ser víctimas de esas voces persecutorias. Algún precedente histórico hemos encontrado, después de desempolvar legajos que duermen en algún recóndito lugar, en el fondo de una estantería, en una vieja biblioteca. Pero lo sorprendente de este nuevo caso es que este hombre vive entre nosotros, está integrado, pasea por nuestras calles, ocupa un lugar relevante en la sociedad y aparentemente lleva una vida normal. Las voces que le persiguen, que llegan a su alcance sin necesidad de utilizar ningún artilugio extrasensorial, sobre todo aparecen a media mañana y a diario. Una marabunta de voces infantiles, según su terrible testimonio, que emiten un grupo de niños, cruzándose mensajes entre ellos, con la intervención de un adulto, generalmente una mujer, que les da algunas órdenes a los pequeños, como si les rectificase, como si de una educadora se tratara. Según su escalofriante testimonio, los niños hablan en un idioma inteligible para él. Se expresan en catalán, pero no por iniciativa propia, sino porque es la voz adulta la que consigue torcer la voluntad de los pequeños, que sólo desean hablar en castellano.
Finalmente, en ese mundo paralelo, oscuro y tenebroso, los niños acaban oprimidos y no tienen más remedio que utilizar un idioma que no es el suyo. Si no lo hacen así, ya saben lo que les espera, un castigo que mejor no detallar para no herir la sensibilidad de nuestro público. Los menores, cuyas voces imaginarias en catalán persiguen a este hombre, podrían estar jugando en un entorno parecido al patio de una escuela pública de Castelldefels.
Quienes le conocen aseguran que no saben cómo ayudar a este hombre. Se limitan a acompañarle en su sufrimiento, en su padecimiento diario. Simplemente eso, sin poder ser capaces de poner fin a esa tortura ajena. Mientras él, ahí sigue, atrapado como oyente involuntario del carrusel de voces inquietantes. Terrible.