Los últimos datos conocidos en noviembre nos dicen que unos pocos, muy pocos, han encontrado trabajo en este que tradicionalmente es un mes malo. Nos congratulamos por ello. Junto a este dato positivo nos ofrecen otro que es desalentador: el 91’5 % de ellos son temporales.
Desde el punto de vista de la persona que carece de trabajo, es seguro que escucharemos que aunque sea temporal, bienvenido sea. Y es difícil no compartir la opinión, por más que sepamos que el empleo temporal tiene una repercusión directa en el que lo consigue: tener trabajo. Aun así, la economía se resiente porque el alto nivel de temporalidad impide que la gente planifique adquisiciones a largo plazo: comprar una vivienda, un vehículo y otras adquisiciones de mayor necesidad.
Unida a esta precariedad laboral, asistimos atónitos al cada vez más creciente contrato que consiste en que oficialmente trabajas y cotizas cuatro horas, cuando en realidad lo haces por ocho o más. Este tipo de contrato afecta al paro que percibirá el contratado en caso de ser despedido, afecta a sus cotizaciones para la jubilación y, por supuesto, a los ingresos en la caja de la que todos cobramos o cobraremos llegado el momento (o bien el paro o bien la jubilación) porque los ingresos disminuyen de manera considerable.
Hace pocos días, los inspectores de trabajo se han quejado de que se les obliga a vigilar “las chapuzas” que esté haciendo el parado de turno para sobrevivir, en lugar de estar atentos a esta estafa generalizada a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país.
¿Con esta amalgama de contratos “low cost” nos podemos creer que la economía mejora? Responda usted mismo.
No obstante, les deseamos felices fiestas a todos en espera de que más pronto que tarde sea cierto que mejoramos.
África Lorente
escritora