En dos versos, todo un mundo

Ahora que acaba el año como acaban las estaciones y como pasa la vida, es una ocasión oportuna para echar la vista atrás y analizar cómo va la poesía. Reconozco que soy un mal lector y un pésimo crítico. Me vence, en muchas ocasiones, la percepción personal que tengo del autor. Lo sé, eso no debería ser así y limitarme a lo que expresa por escrito, pero estamos en una sociedad imperfecta llena de individuos imperfectos, a lo que se añade las manías de cada uno y ya sabéis lo difícil que es luchar contra las manías.
Acudo por compromiso a muchas presentaciones de libros donde me aburro soberanamente, ya que, por norma general, se transitan lugares comunes. Ya se sabe: se publica demasiado y no todo vale, aunque lo repitan multitudes apelando al derecho de expresión. Derecho que estaría muy bien si la cosa se limitara al circuito de familiares y amigos. La poesía, parece que se olvida, tiene que estar ligada a las emociones y a la cotidianidad. Tiene que estar ligada a la vida, a la existencia del poeta y no renegar de los sueños. El lector tiene que verse reflejado y pensar que así le gustaría decirlo él.
Y estando en estas cavilaciones, viene mi amiga Anna Benítez, apodada “La Duende”, en nuestro colectivo y pone en mis manos su próximo poemario.
Anna Benítez escribe como respira (inspiración, espiración), porque de no hacerlo, le iría la vida, ya que es un proceso biológico imprescindible. Y como la respiración, la poesía le surge de una forma natural y espontánea, porque sabe ver, oler y sentir cosas que los demás mortales no perciben. Anna nunca fuerza sus composiciones, que rebullen en sus entrañas y ella, amorosa, va sacando y componiendo poemas en sus cuartillas, también, como latidos: sístole, diástole; otro proceso vital… Y esos latidos sintonizan con los latidos de más corazones como el suyo, que se van acoplando de una forma sencilla y auténtica, porque Anna es así: auténtica y sencilla. Por este motivo es tan fácil quererla.
Además está alejada de la de poesía pretenciosa que todo lo basa en la forma. Esa poesía, tan de moda hoy, que ocupa los anaqueles, las editoriales y los premios; son heptasílabos, endecasílabos…, poemas blancos que no dicen nada, pero son precisos, aunque pocas veces preciosos. Y que, un día, se los llevará la historia, como el viento de este otoño se lleva las hojas caducas de los árboles de nuestros parques de enamorados.
Porque estos academicistas olvidan con demasiada frecuencia, que escribir es encontrarnos con nosotros mismos. Con nuestras dudas, con nuestros miedos, con el dolor… Así ocurre que un día te levantas y descubres que hay mañanas con colores distintos, que te conmueve un amor o un desamor que se fue con el tiempo, que hay sueños que te hacen llevadera la vida. Entonces lo entiendes, porque ha llegado la poesía para quedarse contigo. Como le llegó a Anna sin buscarla, porque la poesía, tan suya, llega a quien ella elige. Jamás hay que salir al camino a esperarla. Es perder el tiempo.
Personas así, poetas o poetisas, señalan el rumbo y nos nutren de emociones. Ella lo dice sin artificio: “Calla la voz / y aúlla el alma”. En dos versos, todo un mundo.