Hay directores de cine que nos fascinaron con sus primeras obras y que, posteriormente, fueron perdiendo parte de nuestro interés. Me pasa con Woody Allen, que lo último que ha realizado me parece repetitivo y desganado; con Isabel Coixet, que no termino de saborear sus últimos “experimentos”; incluso con Almodóvar, del que echo en falta la irreverencia y el desparpajo de sus primeros títulos.
Y también me ocurre con Ken Loach: de sus primeros trabajos (los que llegaron aquí, no lo que hizo anteriormente a 1990), a partir de “Agenda oculta”, pudimos disfrutar de “Riff-Raff”, “Lloviendo piedras” o “Laydibird”, todas ellas películas de marcado acento proletario, ambientadas en barrios ingleses obreros, con personajes más que reales y situaciones vivas. El Loach de estas películas era un cineasta duro, claro y contundente, crítico con el sistema y sus injusticias y áspero en sus formas y sus tonalidades. Un Loach que nos fascinó como cineasta y como retratista de la sociedad que nos ha tocado vivir.
Posteriormente, en lo que parecía un intento de internacionalizar sus propuestas y exportarse a sí mismo, se vino a España a realizar “Tierra y libertad” y después se pasó por Nicaragua para rodar “La canción de Carla”; dos películas que mostraban a un cineasta fuera de su contexto, con buenas intenciones pero con sesgado conocimiento del medio que pretendía retratar. Loable, pero fallido, a mi entender.
Después vendrían “Mi nombre es Joe” (con un inmenso Peter Mullan), “La cuadrilla” (una cinta sobre las terribles privatizaciones de la Tatcher) o “Felices dieciséis” (un retrato de las consecuencias familiares de una sociedad resquebrajada). Una vuelta al espacio conocido pero con un tono más suave, sin la dureza ni la aspereza de antes pero en un tono similar y con las mismas intenciones. Aunque también es posible que las cintas fuesen igual que las anteriores y que fuésemos nosotros, los espectadores, los que lo percibiéramos de manera diferente. Trabajos posteriores como “Buscando a Eric” o “La parte de los ángeles” nos enseñarían un Loach mucho más amable (ahora sí, sin duda), tendiendo más a la comedia que al documento de denuncia, sin cargar demasiado las tintas y buscando imágenes (al menos algunas) más agradables de las cosas. En “El viento que agita la cebada” (su primer paseo por la Irlanda del XIX) se me hizo difícil identificar al cineasta de “Lloviendo piedras” y eché de menos algo de profundidad en el planteamiento, un punto de más mala leche y una estética más a acorde con la situación.
Ahora, con la recién estrenada “Jimmy’s hall” Loach parece seguir la onda de “El viento…” pero corrigiendo el rumbo. Vuelve a retroceder en el tiempo a los años 30 del siglo pasado y a suavizar las formas: fotografía de colores suaves e iluminación viva, confrontaciones más bien civilizadas, tono contenido… Pero no es una película blanda, ni mucho menos; hay en ella bastante de cineasta beligerante, crítico y contundente, y aunque esté ambientada en el siglo pasado, su discurso es perfectamente válido para los tiempos que corren: poderosos explotando sin consideración a los débiles, grupos de poder actuando con prepotencia y sin miramientos en nombre de la fe, la creencia o la ley, una violencia social latente que no llega a materializarse pero que está omnipresente, una juventud perdida deseosa de vivir, una iglesia intolerante anclada en el pasado que no está dispuesta a perder sus privilegios, el juego sucio de los poderosos… Con todo ello, Loach no cae ni en la postal idílica, ni en la salvación del grupo por méritos de héroe, ni siquiera en el melodrama amoroso que se apunta pero que no termina de cuajar, ni en las bondades de la sociedad lejana y modernizada de donde viene el protagonista. El director deja que todo fluya con naturalidad, sin tretas de guión dramático, reconduciendo la historia por el camino más realista posible. Y le sale una película vibrante, de apariencia sencilla, algo facilona en el planteamiento del conflicto, pero clara en sus intenciones, nítida en su discurso. Un Loach bastante parecido al de sus inicios pero más sereno, con algunos más años encima.