En Extremadura, en el Valle del Jerte, hay un espectáculo natural que cada año atrae a miles de turistas llegados de todo el mundo. A finales de marzo, la flor del cerezo estalla, se abre, se muestra y reclama nuestra atención, cubriendo de un manto blanco y esponjoso todos los rincones de la comarca. Un millón de árboles participan al unísono de ese espectáculo visual que no tiene parangón. Alrededor de esa maravilla se organiza una auténtica industria turística que hace revivir a la región, al compás de la reanimación natural que supone el estallido de la flor del cerezo.
En otras zonas del país, sin embargo, lo que florece en estas fechas son señales de tráfico advirtiendo del inicio de obras, grandes vallas señalizadoras que ofrecen sueños de futuro, pelotones de operarios interrumpiendo calles, afanándose en hacer horas extra para cubrir de un manto de cemento y hormigón un paisaje urbano que, en los últimos cuatro años, ha estado yermo, vacío, triste y solitario. Este fenómeno, típicamente español, que nos define como sociedad perezosa e interesada, en Castelldefels tiene un buen ejemplo estos días. Tras cuatro años de inanición inversora, el gobierno municipal del PP y AVVIC, más algún tránsfuga procedente de CiU, ha obrado el milagro de la hormigonera y las máquinas excavadoras. En algunos barrios, como el siempre olvidado Bellamar, las farolas –nuevas de trinca- se han reproducido como por arte de magia. En Canyars, allí donde el Partido Popular prometió derribar una gran construcción de vivienda social en la última campaña electoral (cosa que sabía que no podía cumplir y no ha cumplido), ahora empieza a obrarse otro milagro, la construcción deprisa y corriendo de un Centro Cívico.
Hay más. La reforma de la Avenida General Palafox también ha estallado, coincidiendo con los estertores del invierno. En Montemar, las reformas de algunos pasajes también, curiosamente, también han visto la luz estos días. Pura coincidencia. La naturaleza de la reforma urbana y la obra pública es así de caprichosa. ¡Ah!, y no olvidemos la joya local de la voracidad cementera que aflora en estos días en la ciudad, la tan cacareada obra del tercer tramo del Paseo Marítimo, que tanto se anunció en la última campaña electoral, allá por 2011. Esas obras acaban de empezar justo ahora, tres meses antes de las próximas elecciones municipales. Al igual que en el Jerte el turismo acude a observar ese regalo de la naturaleza de los cerezos en flor; propongo que en ciudades como Castelldefels se organice una ruta turística preelectoral, de observación de cómo unos pocos ejercen como trileros, manipulando el paisaje urbano y moviendo las cuentas públicas a su antojo, para maravillar al electorado, para engatusarle, atrayendo su atención y de paso su voto. Sólo así podrán conseguir cuatro años más de bienestar para sus posaderas. Disfruten estos días del espectáculo. Es único.