Hace pocos días un troll de esos que se amparan en el anonimato de las redes sociales, me retaba con una frase del tipo: “A ver si Goyo Benítez nos explica lo que está pasando en Castelldefels”. Aunque sé que ese fantasma cibernético no tiene ningún interés en que yo le haga un relato veraz y sincero de lo que pasa en la ciudad, por el mismo precio de una simple columna de opinión, me permito ofrecerle un pequeño retrato de mi visión de las cosas.
En Castelldefels, desde el pasado 13 de junio, tenemos por primera vez en la historia a una mujer presidiendo el gobierno de la ciudad. Además, es una mujer de izquierdas. Candela López Tagliafico es una vecina joven, formada, con valores, con un perfil dialogante y tolerante, y capacitada para afrontar la tarea que tiene entre manos. A su alrededor nos encontramos algunas personas que queremos ayudarla en esta responsabilidad, por compromiso personal hacia ella y por compromiso ideológico con lo que ella representa.
Este gobierno municipal, salido de las urnas, es complejo, multicolor y con sensibilidades ideológicas diferentes en su interior. Además, también representa a un grupo humano que ha vuelto a llevar los valores progresistas al más alto poder ejecutivo municipal, con algunos objetivos comunes. Esos objetivos, compartidos al cien por cien por los socios de gobierno, son la justicia social, el bienestar de los más desfavorecidos, la recuperación de la memoria histórica y la dignificación de los servicios sociales, que representan los pilares básicos del Estado del Bienestar.
Todo eso está pasando en la ciudad, aunque también está pasando que hay dos bandos enfrentados en las calles. Ambas trincheras creen que lo más trascendente que va a hacer este gobierno es firmar la adhesión del Ayuntamiento a la famosa Associació de Municipis per la Independència, la AMI. Los dos grupos humanos conforman una parte de la ciudadanía muy ruidosa y quieren convertir este hecho en el eje central de toda la acción municipal. Partidarios y detractores de la adhesión a la AMI quieren arrastrar a la ciudadanía a un debate que se pueda zanjar con una única conclusión, y es que las ideologías han muerto, y que, por tanto, ha llegado el momento de liarse a garrotazos con el contrario a golpe de bandera.
Yo me resisto a creer en ese fin de las ideologías, aun asumiendo el riesgo de quedarme solo en esta batalla. No soy independentista catalán ni lo seré nunca. Tampoco soy nacionalista español ni lo seré nunca. Creo en las personas, no en las banderas. Creo en la pervivencia de las ideologías, no en los debates nacionalistas que todo lo simplifican. Creo en los valores de progreso de la izquierda, no en el inmovilismo conservador de la derecha. Creo en aquellos a los que quiero ayudar desde dentro para que puedan aplicar políticas de mejoras sociales, y no creo en esos que se dicen de izquierdas y que cumplen con la insana tradición cainita de la izquierda catalana y española, muy acostumbrada históricamente a devorar a sus criaturas, una vez se aproximan a la esfera de la toma de decisiones. Creo en aquellas personas que han intentado, hasta el último instante de la negociación, crear un espacio de amplio consenso, de territorios afines y de argumentos compartidos. No se ha conseguido al cien por cien. También es cierto que no existe la unión perfecta. Esta España, de realidades y sensibilidades tan diferentes, es un fiel ejemplo de esta convivencia difícil, pero no imposible.
Algunos lo vamos a intentar. Vamos a intentar convivir en este universo de principios y valores, pero también de renuncias y peajes personales. Algunos vamos a seguir con nuestro compromiso. Desde dentro del foro donde se toman las decisiones en Castelldefels, en un camino lleno de obstáculos, pero era eso o dar un paso atrás, cediendo la responsabilidad municipal a aquellos que llevan cuatro años desballestando el Estado del Bienestar en Catalunya y en España.
A los del ruido poca cosa les puedo decir. Sólo que, desde la distancia, algunos seguiremos viéndoles cómo se arrojan todas las banderas y símbolos posibles a la cabeza, unos contra otros. Imagino que ambos bandos serán leales a su historia, y por eso continuarán durante algún tiempo con su fijación, que se resume en apuntar con el cañón de su pistola en dirección a la trinchera enemiga.
Mientras sigue la guerra nacional, algunos seguiremos batallando en la otra guerra, la de las ideas.