La economía colaborativa

La economía tradicional a la que estamos habituados determina que para utilizar un bien o servicio tienes que estar en posesión del mismo durante ese periodo. Ahora esta máxima está cambiando.
Está naciendo una economía paralela basada en el consumo colaborativo. La idea no es nueva: combinar personas que buscan aprovechar bienes que tienen pero que no usan constantemente, con otras personas dispuestas a pagar por utilizarlas, sin tenerlas en propiedad. Podríamos minimizarlo y hablar de un alquiler. Pero, eso sí, es un intercambio con reglas intrínsecas muy peculiares que hasta ahora no se habían podido poner en práctica de una forma eficiente.
En realidad, el gran impulso de esta economía colaborativa no viene provocado por las necesidades que cubre, sino más bien por la tecnología que ahora está disponible y potencia esta economía a gran escala. Sin duda, la tecnología está facilitando la información en tiempo real y cambiando las reglas de juego de la economía. Lo importante es tener la información para poder tener el acceso a esos bienes y servicios que, muchas veces, es para un consumo puntual y no existe una necesidad real de tener la propiedad de los mismos porque no los vamos a utilizar siempre. Este nuevo concepto del uso parcial abre un sinfín de posibilidades.
Además, en la economía tradicional se diferencian claramente los proveedores y de los consumidores. Unos y otros tienen sus papeles muy definidos. En la economía colaborativa son los consumidores, es decir, los que compraron el bien, los que ahora ofrecen de nuevo el uso de esos bienes que no utilizan. La oferta ya no sólo depende de las empresas. Por ejemplo, voy a viajar a otra ciudad y tengo tres sitios libres en mi coche, los ofrezco para compartir.
Hasta hace poco uno de los impedimentos a este tipo de transacciones era la confianza. Quién me decía a mí que ese era un buen servicio. Y aquí vuelve a entrar en escena la tecnología; el usuario tiene un papel clave, valorará a la persona que ofrece el bien o su servicio. El usuario puede promocionar una idea entre su red o en cambio, influir para que nadie más lo use. Todos estamos sujetos a esa evaluación que, vía las plataformas digitales, se convierte en una información casi perfecta y que es la base de la economía colaborativa.
Hay ejemplos de todo tipo, desde los más conocidos como ceder un alojamiento hasta compartir huertos pasando por productos que se intercambian, el parking compartido en horarios diferentes, el coworking, compra-venta de ropa o cualquier bien a otro consumidor, hospedaje para mascotas en una casa rural…,o ceder una taladradora por un fin de semana.
Pero aún no está todo resuelto. En estos momentos la preocupación principal es la incertidumbre regulatoria. Existe un vacío legal y muchas dudas en cuanto a contribuciones impositivas, cobertura de seguros y responsabilidad legal. Agentes de la economía tradicional son tachados de inmovilistas, pero es evidente que no pueden tener una competencia desleal por el hecho de no pagar impuestos. Aunque falta legislar, no habrá que esperar mucho para ver cómo estas dos economías se conjugarán y vivirán en armonía.
Te animo a descubrir las iniciativas que existen bajo la idea de economía colaborativa y disfrutar de sus ventajas. Y, por qué no, crear alguna.