Por tierras de León II

Tal como indiqué en el artículo anterior, seguiré hablando en éste de mi viaje a León, en concreto de las visitas que he realizado a parajes naturales de una belleza extraordinaria.
Pasé por el pueblo de mis padres, Sahagún, y fui a visitar la casa de mis abuelos como hago siempre y de ahí bajé caminando al centro. Un recorrido que he hecho mil veces desde que era un crío tanto en el caluroso verano como en el nevado invierno. Cuando cruzas el puente que pasa sobre la vía en los atardeceres, los juegos de colores son impresionantes, esta vez me lo perdí.
El primer lugar que visité fue las cuevas de Valporquero. Camino de allí nos apeamos del coche para fotografiar las Hoces de Vegacervera, unos impresionantes desfiladeros por los que pasa el río Torío. Una vez en las cuevas y tras pagar la entrada correspondiente nos asignaron un guía que nos fue explicando las diferentes “salas” en las que está dividida la cueva.
Hacía bastante fresco a pesar de ser primeros de septiembre y el silencio era monástico, al margen del sonido de los goteos. El guía nos explicó que en primavera con las lluvias entra el agua en la cueva y el ruido es tan ensordecedor que no se pueden dar explicaciones ni con un megáfono. Las estalactitas y estalagmitas se forman al atravesar el agua el terreno calizo de la montaña, esta agua cargada de carbonato cálcico va goteando y se solidifica. Según los minerales que arrastre, van cambiando de color convirtiendo cada sala en una catedral natural maravillosa.
Cuando mi primo Javier me dijo de ir a ver al Faedo (Hayedo) de Ciñera no le vi la gracia al tema, pero pensé que sería bueno caminar un rato. Curiosamente, el letrero cuando llegas al pueblo te indica que el hayedo está a 1,5 km. Nada más lejos de la realidad, está a más kilómetros. y por un camino de cabras. Menos mal que el paisaje está rodeado de montañas y cuando llegas al lugar te quedas maravillado. Es como entrar en un bosque de cuento de hadas, se respira la magia. Incluso había una pareja de novios haciéndose fotos como hacemos aquí cuando vamos al Parc de la Granota. Me hice una foto junto a unas hayas de quinientos años de antigüedad que eran realmente obras de arte, cualquier escultor las habría firmado. Esta sensación la tuve con otros árboles que ya mencionaré.
Para acabar llegamos a las minas de oro de Las Médulas. Si los lugares anteriores eran obra exclusiva de la naturaleza aquí se produce una simbiosis entre ésta y los destrozos que hicieron los romanos en esas hermosas montañas. Éstos, allá por el siglo II, perforaron las montañas inyectando agua en las mismas hasta que se derrumbaban importantes masas de tierra que luego eran cribadas pacientemente en busca del poco oro que allí había. Las montañas están pobladas de unos castaños preciosos y la forma de sus troncos es tan mágica como las hayas que cité antes. Desde el mirador de Orellán se contempla un paisaje verde y anaranjado de una belleza extraña y muy original. La naturaleza es arte. Hale, ya os podéis bajar, fin de trayecto.