Una película, si se le añaden unas notas de “compromiso social”, mejora notablemente y se tiene de ella una percepción de obra más completa, madura e inteligente (en general, por supuesto). Esto lo tiene muy claro la industria de Hollywood que en buena parte de sus productos cuela de vez en cuando alguna referencia, alguna frase, alguna pequeña situación, algún personaje… para intentar dotarla de “profundidad” y “seriedad”. La verdad es que rara vez lo consigue y todo queda como una pequeña mota en un lienzo que usa deliberadamente otros colores.
Hay, y ha habido también, otro cine en el que la realidad social se colaba por entre las líneas de historias aparentemente muy alejadas de lo que se pretendía ilustrar o criticar. El cine de zombis y de terror de los años 70-80 tenían mucho que ver con los conflictos (generalmente bélicos y políticos) de la época; géneros como el thriller también suponen una radiografía de las estructuras sociales y de poder de su época; la comedia, en ocasiones, también ha sido un afilado bisturí de la sociedad en la que se crearon; e incluso el western, con su marcado tiempo y espacio, nos ha hablado de problemas reales y realidades vigentes.
Y aunque ahora parece que el compromiso social queda reservado a películas con esa temática, siempre aparece algún título que (gratamente) recupera la tradición de hablarnos de la vida desde algún género. En este sentido, a mí me ha gustado mucho como Dani de la Torre introduce y trata el tema de las preferentes y de los engaños bancarios en un thriller muy de género como es “El desconocido”; el tema se cuela con naturalidad en el film, es parte necesaria de la narrativa porque es lo que origina el conflicto y, además, porque evoluciona a lo largo del metraje, se le da un tratamiento más intenso y contribuye a la credibilidad de la historia. No es que sea un tratado sobre el problema, pero se intuyen, a través de algunas escenas, la gravedad y la complejidad del caso. Por otro lado, la película es un excelente ejercicio de estilo, de esos que te enganchan al principio y ya no te sueltan hasta los créditos.
Queda pues ese cine actual centrado en una realidad social concreta, dispuesto a indagar en ella y lanzar algún rayo de luz sobre sus características o, simplemente, convidarnos a la reflexión o el debate. Un cine que no suele verse en grandes superficies ni suele tener grandes cuotas de espectadores pero que resulta absolutamente necesario.
En este sentido, yo destacaría “El club” de Pablo Larraín, un film chileno sobre un grupo de curas apartados en una casa para esconder sus grandes pecados: pedofilia, homosexualidad, colaboración con el ejército dictatorial y un cuarto personaje que ni tan siquiera se sabe lo que ha hecho. Larraín introduce la figura de la víctima de manera absolutamente inusual y provoca con ello el conflicto que origina la trama (liviana, todo hay que decirlo) y, sobre todo, la apertura de esa caja de maldades, deshumanidades y desprópositos que se esconden tras las paredes de una casa aparentemente de retiro y oración. “El club” no es un film para todos los gustos, es incómoda y cruda, por momentos hiriente y siempre densa, oscura y claustrofóbica; una película dura que plantea más que responde y que muestra el abismo de una iglesia cerrada en sí misma y los monstruos que ha creado en su seno. Terrible y magnífica.
Otro ejemplo. Fernando León de Aranoa, en su reciente “Un día perfecto”, nos habla de una realidad cruda y viva marcada por los voluntarios que intentan ayudar en un conflicto y las fuerzas fácticas que han participado en él; y lo hace con un tono cercano a la comedia y un planteamiento próximo al western. Otro film excelente para ver, reflexionar y debatir.
Por último, me gustaría comentar “Jack” de Edward Berger, un film sobre la infancia desprotegida y abandonada en nuestra ciudades del primer mundo. Criaturas más responsables que los propios adultos que se aferran a un código innato de conducta y que nunca pierden la esperanza en el adulto al que quieren sin resquicios. “Jack” es el retrato de uno de estos niños, como lo eran los hermanos de Nadie sabe (Hirokazu Kore-eda, 2004), en un Berlín nocturno y no demasiado inhóspito, en busca de una madre siempre ausente y a cargo de un hermano pequeño que se deja conducir. Un film duro, sencillo en su planteamiento y denso en su propuesta. Lo dicho, para ver, reflexionar y debatir.