Empieza un nuevo año, pero parece que seguimos anclados, no en el 2015, sino unos cuantos años o incluso, siglos atrás. Y las lectoras y lectores ya pueden imaginarse a qué me refiero: a la violencia machista que destilan los insultos y determinados comentarios lanzados en las redes sociales, pero también presencialmente, a mujeres que tienen visibilidad pública o mediática.
Porque no tiene que haber medias tintas al respecto: ridiculizar, subvalorar o presentar de forma vejatoria a las mujeres en cualquier actividad es violencia de género.
En estos últimos años, he constatado un repunte importante de comportamientos machistas entre los chicos y también las chicas, en los centros de secundaria en los que imparto talleres de sexualidad y afectividad. Y, paradójicamente, los padres y madres y también otras personas de mi entorno se muestran sorprendidos cuando presento los informes o lo explico en charlas informales. Pero es que está todo entrelazado: la repercusión de determinadas acciones en Internet inciden más entre los usuarios mayoritarios, que son los y las jóvenes.
Como profesional, es muy difícil neutralizar en talleres de unas cuantas horas los insultos claramente machistas, pero también chistes, comentarios, fotos, lemas, consejos… con contenido violento hacia las mujeres que se prodigan en webs, blocs y redes sociales. Y, como contenido violento, también incluyo los que fomentan modelos de belleza femenina basados en la juventud o delgadez extrema, y los que promueven comportamientos nocivos para la salud de las mujeres. Pero estos contenidos virtuales son solo el reflejo de la vida presencial.
Por ello, se hace imprescindible no solo la implicación de profesionales y activistas, sino la de muchas más mujeres y muchos más hombres ante comportamientos machistas en su entorno próximo. Pero una implicación efectiva y responsable de cada uno de nosotros. No sólo hay que escribir un comentario crítico en las redes sociales ante los insultos a las mujeres de la CUP por su aspecto, ante el discurso machista del obispo de Córdoba o ante una presentadora de televisión muerta de frío por un vestido escotado en pleno invierno; sino que también hay que penalizar la conducta machista del compañero trabajo que ridiculiza a una compañera por su aspecto físico, al conocido que está acosando a la camarera del bar en el que te tomas el cortado, al amigo que se jacta de no realizar tareas domésticas en casa o al que critica a otra amiga por su vida sexual.
Como escribía Gemma Galdón en un reciente artículo: “No preguntarse cada día ¿qué he hecho hoy para atajar el machismo en mi entorno? es ya injustificable”. Todos y todas debemos implicarnos en atajar este machismo cotidiano en modo granito de arena. Solo así conseguiremos un futuro libre de violencia de género y por consiguiente una sociedad más igualitaria.