Alcohol sinsentido

Escucho horrorizada la noticia de la niña de 12 años que murió por una ingesta desproporcionada de alcohol; por “un pelotazo rápido”, en palabras de un joven periodista que comentaba los detalles.
Cualquiera sabe que las bebidas fermentadas a partir de cereales, frutas o miel han existido desde tiempos inmemoriales. En la Grecia clásica, una de las primeras bebidas alcohólicas que ganó popularidad fue el aguamiel, y se considera precursora de la cerveza. También cabe recordar que el primer milagro de Jesucristo, que aparece en el Evangelio de San Juan, fue convertir el agua en vino en una boda.
Entonces el alcohol, primero fermentado y después destilado, está imbricado desde siempre en nuestra cultura: en celebraciones diversas, en eventos importantes y en el ocio en general. Es decir, siempre se ha realizado un uso social de esta sustancia. Ahora bien, el problema comienza cuando ese uso se convierte en un abuso y provoca perjuicios a nuestra salud y también complicaciones sociales (desde adicciones hasta accidentes de tráficos…).
No me gustan las prohibiciones, por tanto la abstinencia impuesta me parece contraproducente, pero echo de menos políticas públicas que realmente aboguen por el consumo responsable entre jóvenes y adultos y una actitud menos permisiva de la ciudadanía ante determinados excesos. No me parece de recibo que padres u otros individuos del entorno de los y las adolescentes, faciliten alcohol a menores como si se tratara de rituales iniciáticos a la edad adulta.
Además, las chicas, malentendiendo la igualdad de género, intentan ponerse a la misma altura, no siendo conscientes de que su metabolización del alcohol es diferente por tener un hígado más pequeño, y con la misma cantidad, sus efectos nocivos son mayores. Tampoco ayuda este estilo actual de consumo compulsivo, es decir, de “emborracharse por emborracharse”, que se ha convertido en una vía de diversión en sí misma.

Acabo con dos anécdotas verídicas de mis talleres sobre prevención del alcohol y el tabaco en secundaria. La primera: ante mi pregunta de si subirían en el coche de alguien que condujera borracho, un niño de 13 años comentó: “Pues claro, cualquiera le dice a mi padre que, después de salir del restaurante al que solemos ir los domingos, no me subo al coche”. Y la segunda: Un adolescente guasón me espetó en medio de la clase: “Yo estoy con Jim Morrison que dijo: ‘El día que leí que el alcohol era malo para la salud dejé de leer’”. A lo que le contesté: “Dejó de leer, siguió bebiendo y murió alcoholizado antes de los 30. Todo un ejemplo a seguir”.