Este año de 2017, se cumplen 75 años de la muerte de Miguel Hernández. Miguel, acabada la guerra decidió volver a Orihuela, pero siendo consciente del peligro que corría, cambia de opinión y decide ir a Sevilla para pasar la frontera con Portugal, donde será detenido por la policía del dictador Salazar, devuelto a España y llevado a prisión. En el tiempo que estuvo encarcelado, Josefina Manresa, su mujer, no pudo verlo, ya que solo podían visitar a los presos los familiares y al no reconocer la autoridad franquista el matrimonio civil, ésta no estaba considerada su esposa.
Josefina, en una carta, le contaba que debido a las penurias solo comía pan y cebolla. Desde luego, no es tal como se ha creído que comía cebolla cruda, si no un guiso mísero de patatas y cebolla. Miguel, encarcelado en la cárcel de Torrijos (Madrid) como respuesta, le envió “Las nanas de las cebolla”, poema formado por seguidillas, con versos directos, espontáneos…, donde expresa su impotencia y temor de no verlos nunca más, a la vez que le envía a su hijo,un mensaje de ánimo para que siga adelante.
“La cebolla es escarcha / cerrada y pobre. / Escarcha de tus días / y de mis noches. / Hambre y cebolla, / hielo negro y escarcha / grande y redonda”.
Aquel niño de las nanas sobrevivió, se llamó Manuel Miguel y murió con 45 años en 1984, estuvo casado con Lucía Izquierdo y tuvo dos hijos, Miguel y María José, actuales nietos del poeta.
Tras la muerte de Miguel Hernández en el Reformatorio de Adultos de Alicante el 28 de marzo de 1942, Josefina decide trasladarse con su hijo a Elche en 1950 para buscar trabajo. Allí el niño continuó sus estudios escolares. Como casi siempre, los refranes tienen su porqué y se han utilizado durante siglos, pero solo sentido en su ámbito cultural, ya que si traspasan fronteras, se convierten en un galimatías que no se entiende al perder su significado. Hay uno que, estoy seguro, más de una vez lo hemos dicho: “El mundo es un pañuelo”, se dice cuando nos encontramos con conocidos en los sitios más insospechados del planeta. Algo así pensé cuando estaba indagando sobre Manuel Miguel y resulta que Josep Cascales Aracil, vecino de Castelldefels y viejo conocido mío, había sido compañero de Manuel Miguel en su juventud. Él me ha contado anécdotas que yo desconocía y me ha ampliado algunas que ya sabía a medias. Un lujo haberlo reencontrado, tanto que, abusando, lo he invitado a una mesa redonda que estoy organizando en el Ateneu Barcelonès en la programación de las tertulias de los viernes de El Laberinto de Ariadna. Será para septiembre y tenemos el proyecto de viajar hasta Quesada (Jaén), para visitar el Museo Miguel Hernández-Josefina Manresa, donde está depositado el legado del poeta. El porqué está en Jaén, en un pueblo donde nunca estuvo Miguel, ha sido debido a otra muestra de la incapacidad de ciertos políticos conservadores de ver más allá de sus caprichos ideológicos, tal vez en otra columna lo explique de forma pormenorizada para vergüenza (si es que les queda alguna) de sus correligionarios.
Por supuesto, os iré informado de los actos y si nos acompañáis cualquier día, será un honor.