Joan Prat nació para esto, lo sé y lo sabemos todos. Parecía que el arte del Taichí lo buscara a él y viceversa, hasta que se encontraron.
Joan apreciaba tanto este arte que lo convirtió en su filosofía de vida, una vida donde la bondad, la honestidad, la humildad, el amor y el respeto son fundamentales. En sus clases nos enseñaba Taichí, y Chi Kung, entre otras artes, pero también nos enseñaba a apreciar todas estas cualidades. Nos hacía abrir los ojos y ver las cosas desde otra perspectiva. Nos enseñaba, nos guiaba, nos motivaba y todo esto gracias al Taichí y a su gran forma de ser y vivir la vida. Durante todo este tiempo ha luchado para que este arte marcial milenario tuviera el mismo reconocimiento que tiene en China, ha divulgado el arte a nivel europeo y mundial y constantemente estudiaba e investigaba todas las oportunidades que ofrece el Taichí y que, aún muchos de los efectos que tiene, son desconocidos.
Todo el mundo sabe qué gran currículum tenía, entre viajes a China con su maestro, su propia experimentación y trabajo con enfermos, campeonatos ganados, muchos libros leídos y dosieres escritos. La escuela era su vida, todo el mundo cabía en ella, convirtiéndola en una gran familia. Rodeado de gente, de su familia, de alumnos, de amigos, de conocidos, de buena gente en definitiva. Ahora que se ha ido, tenemos que intentar tener siempre presente lo que nos enseñó y practicar para nosotros y para él. Para difundir y luchar por todo lo que él ha apreciado y ha querido y sobre todo en todo aquello que él creía. Así seguirá presente en nuestras vidas y en nuestros corazones, porque las grandes personas perduran y los buenos maestros nunca se olvidan.
Andrea Prat