¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! / No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos, / a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro, / a tu violencia granate sordomuda en la penumbra, / a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.
Tenía la noche una hendidura / y quietas salamandras de marfil. / Las muchachas americanas / llevaban niños y monedas en el vientre, / y los muchachos se desmayaban
en la cruz del desperezo.
Ha querido la casualidad que, en poco tiempo, haya tenido que sumergirme en los geniales versos de “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca, con tres actos casi seguidos: Biblioteca RFJ, Cafetería La Rubia y Biblioteca Municipal de Viladecans, en los que he encontrado la inestimable colaboración del grupo de teatro de Castelldefels Nou Horitzó, con Carlos Oliveras al frente. Y en el recuerdo de estos tres actos, traigo para la columna de mayo (tan poético mes) un poema que a mí especialmente me gusta dentro del poemario que por doquier exhala belleza. Pero no busquéis en él belleza al uso de la que estamos acostumbrados actualmente. Aquí estamos en los límites de la razón, en el lugar donde los sueños habitan y en donde lo inconsciente quiere incorporarse al consciente. Hablamos del surrealismo, el movimiento artístico y literario liderado por André Bretón en Francia en el primer cuarto del siglo XX.
Para intentar entender el surrealismo, nos dice Osvaldo Ulloa, que hay que citar a Tristan Tzara, un poeta y ensayista rumano, que fue uno de los fundadores del movimiento antiarte, más conocido como dadaísmo, donde se detestaba toda la tradición cultural universal y pretendía hacer un arte que no fuera tal. Las expresiones dadaístas se caracterizan por lo absurdo y por su falta de compromiso con toda realidad.
Bretón, ferviente seguidor del dadaísmo al principio, rompe prácticamente con Tzara por tener diferentes opiniones sobre lo que debía ser el proceso evolutivo. Bretón compartía con el dadaísmo su espíritu crítico contra la sociedad burguesa, contra sus instituciones y su moral. Sin embargo, él buscará hacer la crítica desde una posición teórica más clara en la que influyó el psicoanálisis de Freud. Esta influencia va a explicar la evolución, la tensión y las variaciones en las posiciones de los diferentes artistas que asumieron el surrealismo como una corriente estética e, incluso, como una forma global de ver el mundo, es decir, como una cosmovisión. Y, en 1924, publica el Primer Manifiesto Surrealista: “SURREALISMO: sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro por cuyo nombre se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
Así, debemos incorporar lo inconsciente al consciente. Federico expone en la estrofa (entresacada por mí del poema “Los negros”) ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! La situación de marginalidad que está sometido este colectivo, la violencia “granate sordomuda en la penumbra” que les oprime y que deben saben sacudirse. Federico usa los versos libres, sin ningún patrón, para denunciar su dolor. Un grito desgarrador en Harlem.