La tentación del clic

Vivimos en la era del clic. En este mundo interconectado nuestra conducta, nuestra toma de decisiones delante de una pantalla, es la principal fuerza motora de buena parte de la economía mundial. Muchas de las tendencias sociales, que se vuelven mayoritarias y de alcance global, nacen de la iniciativa de alguien que trabaja desde el otro lado de los grandes sistemas de comunicación y que prueba a diario a ver si nos pesca, lanzándonos una batería de señuelos con los que cazarnos a golpe de nuestro clic. Suelen ser señuelos basados en una colección de imágenes, datos e informaciones que despiertan nuestra curiosidad y nos incitan a morder el anzuelo, porque la presa somos nosotros. En el mercado global y digital de la información, actualmente el producto somos los consumidores.
En el actual marasmo de medios, redes sociales y autopistas cargadas de datos, que nos conecta a millones de personas a diario en todo el mundo, estamos experimentando una tendencia cada vez más habitual y que pone en grave riesgo un principio básico de la información, como es la veracidad de los hechos narrados. Las noticias, los hechos que se cuentan como reales, deben ser reales, porque el efecto que provocan en los miles de receptores tiene su repercusión en la vida real. El impacto de tal o cual información moldea la manera en cómo interpretamos la realidad, pero en muchas ocasiones, hoy en día, la información se sustenta sobre una mentira o una verdad a medias, que no deja de ser un tipo de mentira.
Aquí, un buen ejemplo. Hace dos meses millones de personas en España recibimos un vídeo, a través del Whatsapp y Facebook. El vídeo iba acompañado con un texto que decía: “Musulmán dando las gracias por su acogida en Europa en un centro de salud español. Imágenes que TVE no difunde para no caer en la alarma social. ¡Manda huevos, nos van a comer con patatas!”. ¿Suculento, eh? ¿Atractivo, verdad? El vídeo mostraba un terrible documento de dos minutos en el que un hombre agredía a dos enfermeros a puñetazo limpio, pero no había sonido, no podíamos saber en qué idioma hablaban los protagonistas y tampoco si el agresor era musulmán. No había ninguna fecha del ataque, ni había referencia geográfica alguna, ni de la ciudad ni del país en el que se había producido la agresión. Unas semanas después los periodistas que trabajan para la cuenta de Twitter @malditobulo desvelaron la gran mentira. El vídeo se había grabado en un centro médico de Rusia, y el agresor era una persona ebria que provocó heridas de consideración a las dos enfermeras rusas. La presunta agresión de un musulmán en un centro de salud español era un bulo, era una noticia falsa; pero fue visto y compartido por más de 4 millones de personas en pocos días en España. ¿Cuántas de esas personas se enfrentaron de forma crítica a aquel vídeo? ¿Cuántas de ellas dudaron de la falta de información que había en ese material? ¿Cuántas de ellas difundieron y compartieron luego la rectificación, con el descubrimiento de que era un bulo, una burda manipulación de la realidad? Da que pensar. Lector y lectora, un consejo: No caiga en la tentación del clic e intente librarse del bulo. La verdad, la veracidad de lo que vemos y leemos está en juego. No es poca cosa.