No soy yo muy amigo de las películas de terror, es un género que no me atrae particularmente; debe de ser porque difícilmente una película me provoca miedo y los sustos que me llevo alguna vez son más bien sobresaltos fruto del estruendo o el capricho de un guion, por lo general de estructura bastante deficiente. Además, el terror ya se sabe que es ante todo un producto pensado para adolescentes, sedientos y hambrientos de sangre, vísceras, descuartizamientos, asesinatos múltiples, gritos ensordecedores y sombras asesinas tras las ventanas; y, a mí, esto de la adolescencia ya me cae un poco lejos y todos esos trucos como que no me terminan de entusiasmar.
Sí que hay cintas de terror que me han gustado, o al menos me han dejado una cierta marca en el recuerdo. Sigo admirando “Carrie” de Brian de Palma, que me embrujó con su visión de la adolescencia y la religión; “Repulsión” de Polanski, con su atmósfera turbia y desasosegante; la más reciente, “La bruja” de Robert Eggers, un film elegante y denso como pocos; o el inicio de “La noche de Halloween” de John Carpenter, toda una lección de cine, por poner algunos ejemplos que me vienen a la memoria.
Y hace unos días, vi un título que podría añadir a mi lista particular de terrores favoritos, se trata de “Déjame salir”, de Jordan Peele, curiosamente la ópera prima de un actor y comediante bastante popular en Estados Unidos.
“Déjame salir” es una de esas cintas que no se limitan a exponer una situación malsana o peligrosa para sus personajes, sino que enriquecen la historia a base de notas, dibujos, detalles, referencias y anotaciones de diferente tipo. No se trata sólo de poner al protagonista en un aprieto y a ver cómo se salva; la película nos plantea el serio problema racial que tiene Estados Unidos, la posición que ante él toman las clases más acomodadas y hace un estudio muy interesante sobre conceptos como la raza, la ética, la supervivencia o la familia. El film es de esos en los que se respira la maldad, se intuye el peligro, de esos que te pasas medio metraje pensando “qué mal rollo esta gente…”, y el otro medio agarrado a la butaca inmerso en una narración ágil y vertiginosa que te hace partícipe de las penurias de ese pobre hombre que no tiene ninguna culpa y que lo está pasando fatal. Es “Déjame salir” una película que te engaña sin hacer trampas, que te atrapa a base de personajes bien dibujados, informaciones precisas y una ambientación exquisita. Y, por supuesto, con algo de sentido del humor.
Aunque, pensándolo bien, al igual que me pasa con “Repulsión”, más que una película de terror, me parece una película de angustia, nada que ver con los productos para adolescentes.