Hay noticias que, por su transcendencia, se imponen al resto y copan nuestra atención, pero soy de los que creen que habrá vida tras el 1 de octubre, aunque ahora suframos estupefactos el esperpéntico espectáculo donde algunos políticos se empeñan en demostrar quién de ellos tiene el nivel más alto de testosterona, dejando la imaginación e inteligencia en unos niveles imperceptibles (tal vez, es que no dan más de sí). Os recuerdo, tal como prometí el mes pasado, que evocaría en esta columna, a Walter Benjamín, el cual murió en Portbou un 26 de septiembre de 1940, ahora que estamos al final de ese mes, han pasado las vacaciones, estamos de vuelta y a las puertas de un otoño donde la noticia más importante debería ser que es lluvioso. Ojalá los patriotas i els patriotes nos den un respiro a la ciudadanía y se pongan a trabajar en lugar de insultarse. Benjamin abandonó París en mayo de 1940 con la idea de ir a EE.UU, sabiendo que la única forma de abandonar Francia era de forma clandestina, e inició un periplo que le llevaría hasta España. Después de varios meses de viaje y pasando miles de vicisitudes y calamidades, el filósofo y sus amigos se presentaron en la comisaría de Portbou el 25 de septiembre de 1940, en donde les informan que no se les permitiría la entrada en territorio español y que serían entregados a Francia al día siguiente. Esa noche se alojaron en el hotel Francia, siendo la habitación 3 la que ocupara Benjamin, éste toma una fuerte dosis de morfina y le encuentran muerto al día siguiente. Sorprendentemente, a sus compañeros se les permitió seguir el camino, tal vez influenciadas las autoridades policiales por el impacto de su muerte.
La muerte de Walter Benjamin en Portbou está envuelta en conjeturas a veces contrapuestas. Además, no se sabe el lugar exacto donde fue enterrado. Fue a partir del año 1991 cuando se investigó de una forma más exhaustiva, aunque muchos interrogantes siguen sin resolverse. Siempre se ha barajado la hipótesis del suicidio como la más certera, pero un conocido mío, prestigioso médico, me decía en una conversación privada, tras haberse interesado por las circunstancias y haber estudiado el caso, que él creía que el pensador había sido asesinado o, al menos, se le había dejado morir tras una larga agonía sin recibir asistencia a pesar del aviso de sus compañeros al médico del pueblo. Y como las sorpresas nunca vienen solas, el mismo día que me hacía partícipe de esta reflexión, el poeta madrileño Viktor Gómez, me invitaba al día siguiente a una lectura del libro “Elegía en Portbou”, del profesor Antonio Crespo Massieu, en el Ateneo Rebelde de la calle Font Honrada 32 de Barcelona. “Elegía en Portbou” (Bartleby Editores) es un libro estremecedor en el que Crespo toma como punto de partida la tragedia de Walter e indaga en clave poética en la memoria de más de medio siglo de derrotas y esperanzas. El poeta levanta acta de tantas vidas aniquiladas con un poemario inacabado y abierto, donde rezuman las heridas del terrible siglo XX, tal vez el más cruel de la historia y donde el poeta rescata las voces de los derrotados, los nombres olvidados y nos hace meditar acerca de la vida y de la muerte situándonos en el paisaje de belleza estremecedora que se contempla desde el blanco cementerio de Portbou, al fin y al cabo, la última parada de Walter Benjamin.