En las próximas semanas seré cómplice de las grandes bellezas que nos da la naturaleza, eso que aparentemente no se compra con dinero, pero que el turismo ya se encarga de explotar. Me resulta inevitable pensar que un día todo aquello fue de nuestro país, pero que la historia quiso que ahora sea un gran país llamado Argentina. La Patagonia me ha enseñado los lugares más bellos que jamás había visto, pero también la obligación del éxodo de muchas familias a un lugar más seguro, dejando atrás a otros familiares y amigos. Y siempre por culpa de lo mismo, la inseguridad.
La Patagonia argentina es una región ubicada en el sur del país a la que me disponía a descubrir tras despedirme de la gran metrópolis de Buenos Aires. Todavía sigo dándole vueltas a la
cabeza al porqué de que un país tan rico como Argentina tenga que sufrir tanta inestabilidad económica y tanta inseguridad. Si bien es cierto que la capital está muy poblada y es donde se concentra la mayor parte de la “supuesta criminalidad” (que he oído pero nunca presenciado), no entiendo cómo los políticos y jueces no logran acabar con esta lacra que ensucia a este maravilloso país.
Hay ciudades famosas que quizá jamás volverás porque “ya lo has visto”; “ya lo has hecho”. Y eso me pasó en mi siguiente destino, al viajar a Puerto Madryn para conocer las famosas ballenas
australes. Resultó fascinante escuchar esos soplidos que emergían de una falsa piedra gigante flotante y el fuerte ruido de su cuerpo golpeando el mar fue un espectáculo mágico.
Si Puerto Madryn y su famosa vecina península Valdés son sitios a los que no tengo una necesidad de volver, con Ushuaia me sucedió todo lo contrario. Tal vez si no hubiera tenido una avión
con destino a El Calafate, donde me quedaría maravillada al ver un trozo enorme de hielo (el glaciar Perito Moreno), todavía estaría en el fin del mundo. Nunca lo sabré. En Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, mi hogar fue un velero amarrado al canal Beagle. Durante 5 días me sentí una fueguina más, viviendo como una local, disfrutando de su famosa centolla, de asados en el muelle del puerto y ¡de las discotecas de la ciudad! No hice nada turístico pero no me cansé de explorar la ciudad. Todavía me vienen imágenes del impactante aterrizaje y despegue desde donde me despedí con nostalgia de una Ushuaia en miniatura y del conocido Estrecho de Magallanes, principal paso natural entre los océanos Pacífico y Atlántico. Tras poco más de una hora, llegué a El Calafate, ciudad que vive única y exclusivamente del glaciar arriba mencionado, que esperemos que no se derrita puesto que da de comer a muchas familias. Parece ser que
el cambio climático no le afecta así que ¡estamos de suerte! Resulta difícil describir con palabras el sonido del hielo al romperse o lo que se siente al verlo. Pero una vez visto, piensas ¡ya está! Una cosa menos en la vida. Así que mi paso de 4 días por esta ciudad finalizó visitando El Chaltén, un pequeño pueblo a 215 km y situado en la falda del cerro Fitz Roy, visitado por cientos de viajeros para realizar trekkings. Ya era hora de seguir el camino hacia el norte, de despedirme de Argentina, así que pasé por una preciosa ciudad llamada San Carlos de Bariloche para visitar a
mis tíos y añadir momentos compartidos en nuestra historia después de varios años sin vernos. Después de 8 días llenos de paseos, conversaciones, mucha trucha ahumada, la práctica de crossfit y rugby barilochense, era mi momento de cruzar los Andes y llegar a un nuevo país, con una sociedad muy diferente a la de su país vecino: Chile.