Agua, sexo y amor

Iba ya muy predispuesta, lo reconozco. Guillermo del Toro es uno de mis directores de cine favoritos. Me gustaron mucho “El espinazo del diablo” y “Hellboy”, y me fascinó “El laberinto del Fauno”. Pero hace unas semanas “La forma del agua” me encandiló. Del Toro consigue, con una lograda ambientación retrofuturista, mezclar fantasía y romanticismo, maldad y solidaridad, soledad y compañerismo.
Me ha llamado poderosamente la atención el tratamiento positivo que le ha dado a la sexualidad: desde una normalidad cotidiana con la masturbación mañanera de la protagonista, a las confesiones sobre anatomía sexual de las dos limpiadoras, hasta el súmmum erótico en la secuencia del baño inundado. Pero también ha retratado la parte más sórdida e intransigente del sexo: el machismo (a destacar el polvo de alivio y el comentario sobre uno de los tipos de dedo del agente del FBI), el acoso sexual, la homofobia…
Otro aspecto a destacar es el concepto de sororidad que destila la película: la complicidad de dos mujeres muy diferentes que empatizan y se ayudan ante las adversidades (los soliloquios de Zelda son de una apabullante ironía sobre la vida cotidiana). Y tampoco deja indiferente la especial relación de amistad entre dos vecinos marginados y segregados del sistema, él por homosexual y ella por muda.
Toda la película está acompañada de una banda sonora que se te pega en la piel y que te apetece volver a escuchar después –mi favorita es “El tema de Elisa”–. Además las imágenes del televisor del vecino son un claro homenaje al cine musical clásico e invitan en algunos momentos a arrancarse con unos pasos de claqué mental.
En resumen, una película fantástico-romántica, a la vez que nostálgica, con temas muy actuales en tono azules y verdosos; envuelta en un optimismo que provoca que salgas del cine con una sonrisa satisfecha, porque, a veces, los perdedores también ganan.