Un voto particular poco científico

No hace falta remarcar que estoy en total desacuerdo con la sentencia de La Manada y estos días estoy atenta a las aportaciones de juristas sobre si el problema es de la interpretación que los jueces pueden hacer de la ley en la que se basa o si es la legislación la que no está a la altura y hay que modificarla, o una mezcla de ambas: jueces y juezas con poca o nula visión de género y una legislación obsoleta.
Poco sé de Derecho y, por lo tanto, confío en que las y los miembros de la comisión que tienen que analizar los delitos sexuales del Código Penal harán un buen trabajo. Pero de la misma manera que yo intento no entrometerme en los campos que desconozco, o por lo menos informarme si lo necesito para hacer bien mi trabajo, me sorprende que otros profesionales no hagan lo mismo. Por ello, me siento indignada ante las conclusiones del juez Ricardo González que le llevaron a emitir un voto particular de absolución. Según él, y después de visionar los vídeos y fotografías que se presentaron como prueba, la víctima estaba excitada sexualmente, con una expresión de su rostro relajada y distendida y profiriendo jadeos y gemidos de carácter sexual.
Si el señor juez estuviera algo versado en aspectos científicos sobre sexualidad humana, sabría que ante una situación de miedo e indefensión, la excitación, una de las primeras fases de la respuesta sexual humana, no se produce, justamente, porque el organismo genera sustancias analgésicas para sufrir lo menos posible. Ante una situación de lesión grave, violencia sexual o amenaza de muerte se activa la rama dorsovagal del sistema nervioso parasimpático, con el resultado de una respuesta de inmovilización, con latidos más lentos del corazón e insensibilidad general, por lo que la cara de la víctima más que relajada y distendida, como apreció el juez, sería de ausente y abstraída para minimizar el impacto emocional y físico.
Por todo lo referido, ya queda también explicado que no tiene sentido plantear la cuestión del consentimiento o la resistencia porque el cerebro de las personas toma decisiones autónomamente (para eso tenemos un sistema nervioso autónomo) para que sobrevivamos a toda costa ante una amenaza que creemos que pone en peligro nuestra vida y muchas veces consiste en no luchar, que no significa consentir.
Ante lo expuesto, mi conclusión y la de muchísimos otros profesionales de la salud mental y sexual, es que además de formarse en perspectiva de género, a las y los jueces tampoco les iría mal conocer un poco mejor como funciona nuestro cuerpo y nuestro cerebro o, en su defecto, que se dejaran asesorar por profesionales versados en conducta humana.