Comer con el tenedor es de pijos

Por Silvia García

Seguramente, estaréis pensando que no tengo ninguna razón y os preguntaréis a qué viene semejante tontería de afirmación. Lo entenderéis en cuanto os explique los orígenes de este utensilio tan común para nosotros a día de hoy, especialmente en occidente.
Habitualmente, y especialmente en el pasado cuando quedaba todo por inventar, las cosas aparecían según la necesidad que la sociedad tuviera de ellas. Si nos paramos a mirar el cajón de la cocina, además de los mil y un utensilios que tenemos ahora, los básicos son: cuchillo, cuchara y tenedor. Nos parece de lo más normal tenerlos y, por supuesto, usarlos, pero no siempre fueron tan habituales en las mesas y cocinas.

Si hablamos de la cuchara o el cuchillo su aparición data de hace unos 5.000 años aproximadamente. La cuchara fue necesaria crearla para las sopas que consumían ya que no había manera posible de llevarlas a la boca. Por otro lado, el cuchillo era absolutamente necesario para cortar la carne de los animales, ramas de los árboles o incluso las pieles con las que ya se vestían en la prehistoria. Además, el cuchillo se usaba también para pinchar alimentos y llevarlos a la boca.
Si nos paramos a pensar en la comida sólida, encontraba la solución rápida y cómodamente. Otra cosa es que fuera más o menos higiénica. Tanto daba si eras rico o pobre, que tus manos serían las mejor aliadas para llevar los alimentos a la boca. Eso o, como decía, los pinchaban con la punta del cuchillo.
Visto así, podríamos decir que ya estaba todo inventado, pero no se lo pareció así a una delicada princesa bizantina que se negó a comer con las manos. Fue a finales del siglo XI cuando la princesa Teodora Ana Ducaina, hija del emperador Constantino X Ducas, se negó a comer con las manos y ordenó que inventaran algo que solucionara el problema que solo ella tenía. Cosas de ser princesa, tuvo pronto su solución lista. Le fabricaron un pincho de oro con dos púas al que llamaron fourchette. En catalán, al tenedor lo llamamos forquilla, así que ya podemos ver de dónde proviene.
Ella quedaría encantada con no pringarse sus delicadas manos, pero el éxito del invento fue nulo. La sociedad ya estaba conforme con la manera de comer que tenían y, además, para aquellos que probaron comer con este nuevo utensilio no les pareció una experiencia nada agradable. La mayoría no sabía usarlo ni por dónde cogerlo, se pinchaba o cortaba haciéndose heridas en las encías, y en la mayoría de los casos la comida se caía antes de llegar a la boca. Tan solo en la corte bizantina se utilizó en sus inicios.
En el año 1075, la princesa Teodora llega a la refinada y moderna Venecia para casarse con Doménico Selvo, Gran Dux de la república veneciana. Aquí ella comienza a intentar dar a conocer su tan apreciado elemento para comer y empieza a tener cierta aceptación en las clases altas de la ciudad. Podréis imaginar que los más pobres ni se planteaban comprar uno. Mucho menos un pack de 12 como los que ahora compramos en IKEA.
Se dice que fue precisamente aquí en Italia donde Leonardo Da Vinci inventó el tenedor de tres púas exclusivamente para poder comer los espaguetis, ya que con el de dos se le escapaban.
El uso del tenedor se fue extendiendo a través de las casas reales, en muchas ocasiones debido a esa costumbre de casarse los unos con los otros por motivos de poder y política.
En el siglo XVI la corte francesa se unió a la moda, ya que siempre fue una corte muy a la vanguardia de todo lo exclusivo y no quería perderse esa novedad de la que toda Europa hablaba.

Pero ¿cuándo se popularizó el tenedor entre todas las clases sociales?
Se considera que fue el inglés Thomas Coyot, viajero curioso que recorría las cortes de todos los países haciéndose eco de las novedades y costumbres de uno y otro lugar, quien fue dando a conocer al pueblo dicho aparato con el que comer sin mancharse las manos. Es decir, comer como una princesa. Esto fue ya en el siglo XIX, el mismo siglo en el que se dice que apareció la primera fábrica de tenedores de España situada en Barcelona.
Y es que siempre hemos sido muy finos y delicados los barceloneses.