Los primeros pasos de Kalita
De pronto, veo a Kalita andando por el pasillo de su casa. Es la primera vez que lo hace y me produce una profunda impresión. Busca el apoyo de las paredes y, una vez en el comedor, cualquier silla o mesa le vale. Va tanteando el terreno y sus pasos son lentos, pero en ningún momento dubitativos. Pienso que, para apoyarse, bien le podía servir un arbusto o un árbol, ya que su forma de andar me recuerda a cómo se desplazan a veces algunos simios, y creo que así debían de haber andado los primeros homínidos.
Desde luego, Castelldefels no es la región de Afar, ni soy Donald Johanson, pero yo también he visto y me he emocionado con los primeros pasos de una hembra humana, aunque entre una y otra hayan transcurrido más de tres millones de años.
Veo a Lucy, Eva primigenia, Lucy in the sky with diamonds, en mi Kalita, Eva renovada, que me mira y sonríe triunfadora. En ellas dos están todos los pasos de la vida.
La hierba pide auxilio
Una mañana, estando en la terraza del Boga Boga, el ruido de una máquina me ha hecho levantar la vista. Estaban cortando el césped que hay enfrente del bar y de repente me ha llegado ese olor tan especial de la hierba cortada.
Dicen que ese olor es, en realidad, una llamada de auxilio de la planta a ciertos insectos herbívoros «amigos». Al sentirse atacada, solicita ayuda para que la rescaten de otros insectos que la están devorando. Así lo interpreta ella y, en el fondo, es una especie de «idioma» para comunicar sus miedos.
Tal vez todo esto es demasiado complicado para una mañana de final de verano. Para mí ese olor es un placer atávico que me transporta a paraísos perdidos.
No hay palabras
Hay momentos en que al escribir un poema no hay palabras, como si no existieran o se hubiesen extraviado. Llegan suspiros o lágrimas, pero el papel se rebela y se niega a explorar esos caminos. Las manos perplejas no saben dónde colocar esos sentimientos y el cerebro, desorientado, duda si puede expresarlos o morirán en el proceloso camino de la creación.
Quizás sea importante saber el origen de tal confusión e intentar comprender por qué no quieren ser manejadas. Tal vez se deba a un dolor antiguo y no sean necesarios labios para expresar el desamparo.