Hace unas semanas un conductor de 67 años, que estaba cometiendo una infracción de tráfico, yendo en dirección contraria, con su coche arrolló a un pelotón de ocho ciclistas en Lorca (Murcia). De las víctimas del atropello tres permanecen en estado grave. Al conocer la noticia, publiqué en mi cuenta de Twitter que este goteo de ciclistas atropellados brutalmente era insostenible. Pocos minutos después, una tuitera me respondió: “En carreteras secundarias hay que sufriros en silencio. Como las almorranas, porque yo creo que somos incompatibles. Sin acritud, pero todos los fines de semana tardo 20 minutos en un trayecto de sólo 8. Y voy a currar”.
Esta actitud, insensible e intolerante con los ciclistas, aun después de un suceso extremadamente grave, está muy extendida en algunos sectores de la población que consideran que una persona en bicicleta, ocupando un mínimo espacio en una carretera, es una presencia extraña y molesta que no merece ser respetada. Es una actitud que esos mismos conductores motorizados jamás tendrían con otros congéneres motorizados. Pero, ay, cuando quien nos acompaña en el viaje, en paralelo a nuestro vehículo, es una bicicleta.
Como nuestra ciudad es un lugar de paso habitual de pelotones ciclistas, cada fin de semana, a todos esos conductores y conductoras motorizados que no pueden con su impaciencia, sólo me gustaría recordarles un dato: un metro y medio. Eso, un metro y medio es lo que debemos guardar como distancia de seguridad, cada vez que pasamos junto a un ciclista en carretera. De ahí para abajo, la integridad física del ciclista corre un serio peligro vital. Para quienes piensan que respetar esa distancia es mucho pedir, y que un ciclista es como una incómoda hemorroides; también les pediría que cuando vean a uno de ellos por la carretera, piensen que ese ciclista podría ser un hijo suyo, o su hermano, o su mujer, o su madre. Piénsenlo. No utilicen el móvil al volante. No vayan bebidos ni drogados. Y dediquen un segundo a pensar en ese metro y medio.