Estos días algunos vecinos de Castelldefels igual están sufriendo los rigores derivados de la reurbanización de la Avenida de la Pineda. Y les entiendo. A ninguno de nosotros nos gusta tener que convivir con los inconvenientes propios de una obra, aunque ésta sea la reforma de nuestro cuarto de baño, que llega a nuestras vidas fruto de una decisión meditada y consciente. Si además la decisión está tomada por alguien ajeno a nuestro ámbito de decisión, como es el caso de cualquier intervención municipal en la vía pública de la ciudad, pues podemos sumar algo más de incomodidad a la balanza del incordio. Hasta aquí, todo bien. Pero…
Diría que estamos ante una intervención que no tiene vuelta atrás. El mundo futuro sólo podrá existir si nuestras ciudades son sostenibles, y los criterios que se van a aplicar en esta nueva arteria urbana de Castelldefels son las mismas que uno puede ver ya en los centros de grandes ciudades europeas como Lubiljana u Oslo, por poner dos ejemplos de países de la Europa Occidental que están apostando desde hace muchos años por un tipo de urbanización limpio y amable. Sin ir más lejos, en España, pequeñas capitales de provincia como Vitoria o Pontevedra tienen una amplia experiencia en la apuesta por una movilidad sostenible, con el peatón y la bicicleta como especies urbanas a proteger. Y no les va nada mal. Y en el centro de Madrid algo parecido está acometiendo el gobierno municipal de Manuela Carmena, con el consiguiente caudal de voces críticas, todas ellas incómodas con estos nuevos tiempos que apuestan por un modelo urbano ecologista.
En Castelldefels con la nueva Avenida de la Pineda podremos seguir teniendo una arteria que conecte el núcleo urbano con los barrios de la playa, y lo hará con menos volumen de tráfico motorizado. Se reducirá la contaminación ambiental y acústica; y se crearán nuevos espacios para el peatón y la bicicleta. Ese es el camino, aunque quienes critiquen estas medidas alcen mucho su voz. Es posible que medidas de transformación urbana como esta conlleven una pérdida de votos para quienes lideren el cambio; pero soy de la opinión de que determinadas políticas se deben aplicar con valentía, sin pensar en cálculos electoralistas. Por cierto, la retirada del carril bici que ya existía en la Avenida Manuel Girona no guarda ninguna coherencia con esa valentía política. Los carriles bici se respetan, se fomentan y se multiplican. Para hacerlos desaparecer ya está Manu Reyes.